El 11 de marzo de 2013, dos días antes de que los 115 cardenales en cónclave eligieran al cardenal Jorge Mario Bergoglio como el Papa número 266 de la cristiandad, el fraile sanjuanino Rolando Brites se paseaba frente a la Plaza de San Pedro con una improvisada pancarta de tela blanca y letras negras. La fotografía que inmortalizó aquel momento hubiera quedado en el olvido, a no ser por el profético mensaje que revelaba el cartel: “Francisco I Papa”.
Poco se imaginaban, tanto el fotógrafo como aquel humilde fraile, que el deseo que expresaba la consigna (un papa pobre, al estilo de San Francisco de Asís) se volvería realidad en tan solo horas.
Tras dos días de cónclave y cinco votaciones, aparecía en el balcón de la logia de la Basílica de San Pedro, el primer Papa latinoamericano de la historia, quien en su primera audiencia afirmaría que, “deseaba una Iglesia pobre, para los pobres”, y cuyo nombre como sumo pontífice era precisamente, Francisco. Diez años han pasado desde entonces, en los que hemos sido testigos de un pontificado como muy pocos, que no ha estado exento de problemas, polémicas y crisis, pero a la vez ha prodigado una caridad y sensibilidad pastoral digna de los tiempos que corren.
Bergoglio ha logrado transmitir una humanidad arrasadora, desde una cercanía y humildad sin precedentes en el papado, que le colocan como uno de los líderes con mayor popularidad y credibilidad en el mundo.
El santo padre ha puesto en el centro de su pontificado, recordar a la Iglesia de Jesucristo su propia identidad, ser una Iglesia en salida, misericordiosa, que debe ir en busca de los que más sufren, especialmente en las periferias de la sociedad. La renuncia de Benedicto XVI no fue casualidad, y evidenció la urgente necesidad de una reforma, que debía comenzar “ad intra” de la mismísima curia vaticana.
El cardenal Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga coordinaría, entre 2013 y 2022, el consejo de cardenales que, junto al Papa, redactaron la nueva constitución apostólica, “Praedicate Evangelium”, publicada el 19 de marzo de 2022. Este documento legislativo busca hacer más eficaz la labor de los dicasterios, luchar con mayor compromiso y severidad contra el tema de los abusos, así como gestar mayor transparencia en las finanzas vaticanas. Además, propone revalorar el papel de los laicos (hombre y mujeres) en el gobierno de la Iglesia, impulsar el rostro sinodal eclesial y devolver a la evangelización su carácter vocacional, pues la Iglesia existe para evangelizar. Y aunque para muchos este era el punto de llegada del gobierno pastoral de Francisco, en realidad parece ser solo un punto de partida, pues aún queda mucho por hacer, como el mismo santo padre afirma: “Si algo debe inquietarnos santamente y preocupar nuestra conciencia, es que tantos hermanos nuestros vivan sin la fuerza, la luz y el consuelo de la amistad con Jesucristo, sin una comunidad de fe que los contenga, sin un horizonte de sentido y de vida”. (EG. 49).
