15/11/2025
06:50 PM

Examen a fondo

A medida que se va acercando el último día del año comenzamos a pensar en los propósitos que nos formularemos una vez comience el dos mil catorce. El tamaño de la lista varía dependiendo del realismo con que se elabore. Los más optimistas, o los más ilusos, suelen hacerla larga; en ella incluyen asuntos que tienen que ver con el peso corporal, con la conveniencia de aprender otro idioma, con la posibilidad de buscar un empleo mejor remunerado o de hacer algún viaje hace tiempo deseado, con el deseo de ahorrar más o gastar menos, etc. Nada de lo que se plantean parece imposible. El problema está en que no siempre se parte de un riguroso examen de los hechos o de las actitudes tomadas ante las personas o ante las circunstancias o de las infaltables omisiones que seguramente se han dado en dos mil trece; además, no se concreta nada. Es decir, no se señala exactamente cuándo se comenzará a comer de manera saludable para reducir volumen, en qué escuela se aprenderá el otro idioma, en qué momento se comenzará a buscar la nueva actividad laboral, cuándo comenzará y terminará el tan deseado viaje o que cantidad se ahorrará y cada cuándo, una vez comience el incierto año venidero.

Encima, como con los propósitos de año nuevo a lo que se aspira es a lograr la felicidad personal, suele suceder que los que se formulan son muy superficiales o poco tiene con ver con aquellos asuntos que verdaderamente pueden aportar a la apuntada felicidad. Es cierto: sentirse menos gordo ayuda, hablar un segundo o tercer idioma es ventajoso, cambiar de trabajo puede ser conveniente, viajar casi siempre revitaliza y descansa y tener unos centavos en el banco reduce el estrés. Pero hay otros temas que están ausentes de la lista y que, sin ninguna duda, tienen mayor impacto en el bienestar psíquico, afectivo y, por consiguiente, físico, de todos los que buscamos ser felices.

Ejemplos: habría que proponerse, y luego poner los medios, para mejorar la relación conyugal (no hay nada que genere más infelicidad y más estrés que un matrimonio tormentoso); también habría que tomar la decisión de aportar serenidad y paz a la dinámica familiar en general (tratar mejor a los hijos, regañarlos menos, pasar más tiempo con ellos, hacer acto de presencia en sus vidas); y, por supuesto, cultivar nuestra vida interior (las personas tenemos una dimensión espiritual a la que hay que atender. A las bestias no les hace falta, pero el ser humano desde hace siglos camina erguido y este detalle hay que tenerlo en cuanta si queremos ser auténticamente felices).