En los días en que vivimos es común escuchar o leer alguna frase como esta: “Si Dios es amor, por qué es tan cruel”, lo cual apunta, básicamente, en dos direcciones: ejecutando o permitiendo. Pero ¿qué es ser cruel? Es deleitarse en hacer sufrir o complacerse en los padecimientos ajenos. Es ser excesivo, sangriento, duro y violento, y efectuarlo es la norma, no la excepción. Es decir, que la acción de crueldad es lo habitual y ordinario en las actuaciones y sirve de patrón, incluso, para definir o referirse al que lo hace. Ahora, la pregunta es, ¿verdaderamente Dios es cruel? O mejor: ¿se ajusta esto cabalmente a Dios? Hay una canción que se titula “Scarecrow” (Espantapájaros), que creo responde bien a la pregunta. Esto es lo que dice: “Jesús, al igual que el espantapájaros, está allí para proteger. El mundo considera a Jesús como hueco y sin vida; sin embargo, Él es la luz del mundo para todos los que tienen el coraje de creer. Jesús en la cruz resistió la tormenta de todos los pecados de la humanidad. Se quedó solo como un regalo de amor al mundo. Ahí está colgado, con los brazos extendidos como fruta prohibida para los ojos entrecerrados… ¿Por qué te temen? [Nos sentimos] orgullosos ante el altar, pero vanos ante el trono. Si no tenemos la culpa, tiremos la piedra. Espantapájaros… Traicionado por un amigo, colgado hasta entumecer… [Realmente] no sabemos lo que hacemos”. Si vemos bien, si lo hacemos por debajo de la superficie, nos daremos cuenta, entonces, de que los crueles somos nosotros; hombres y mujeres corruptos que no se cansan de excederse, de explotar, de traicionar, de violar los derechos y los llamados ahora “de nueva generación” por el medio ambiente y su preservación. ¡Y hasta se gozan en ello! Esta frase lo dice todo: “¡Qué pena que beber agua no sea un pecado! ¡Qué bien sabría entonces!” (Giacomo Leopardi).