En estos tiempos en los que proliferan las enfermedades de todo tipo y acecha el peligro por todos lados, es un triunfo providencial cumplir ochenta años sano y salvo.
Por supuesto que a estas alturas de la vida, por muy saludables que estemos, siempre habrá por allí uno que otro malestar que nos aqueje. Pero debemos sentirnos privilegiados con solamente estar libre de enfermedades mayores y aunque las tengamos que enfrentar, debemos hacerlo con estoicismo y cierta dosis de buen humor, en lo posible. Decía Charlie Chaplin que el día que no sonreímos, es un día perdido.
Mi padre era una de esas personas que siempre tenía una broma a flor de labios. Se casó a los 42 años y solía decir, sonriente, que se arrepentía de haberse casado tan joven, pero la verdad es que fue muy feliz con mi madre, 20 años menor que él, hasta que ella se le adelantó en el viaje hacia lo ignoto.
En lo particular, imagino que la vida es como un tren en el cual unos van subiendo y del cual otros van bajando. Entretanto, debemos disfrutar el viaje sin pensar cuándo llegaremos a nuestra última estación.
A veces nosotros mismos apresuramos la marcha del tren porque miramos la tercera edad como un triste ocaso, cuando cada etapa de nuestra existencia tiene su propio encanto. Uno de los atractivos en estas cumbres de la vida es la satisfacción del deber cumplido. Los hijos ya volaron a sus propios nidos y a cumplir sus propias responsabilidades. Ahora podemos disfrutar tranquilamente a los nietos que son como el postre de nuestra existencia, o de una jubilación sin los compromisos que hace unos pocos años nos hacían correr.
Debemos estar conscientes que los años siguen cayendo como lluvia de otoño, pero no por ello dejar de disfrutarlos con el pensamiento optimista de que no envejecemos sino que acumulamos experiencias porque, como decía Gabriel García Márquez, la edad no es la que uno tiene, sino la que uno siente.
Mi padre también solía exteriorizar una frase que me ha ayudado a mantener la calma en medio de las dificultades cotidianas: “si tu mal tiene remedio porque te afliges y si no lo tiene, también porque te afliges”. Entonces, a vivir intensamente cada día, sin pensar en lo que no pudo ser, mientras sigue su marcha el tren de la vida.