Por su callada labor de irradiar la luz del saber durante casi cuatro décadas a través de la fundación Luis Braille, Rubén Vásquez tiene bien ganado el premio Quetglas, que anualmente entrega la noble institución Obras Sociales Vicentinas (Osovi). La escuela dirigida por Vásquez, adscrita a la fundación, no solamente enseña a sus alumnos a “ver el mundo con los dedos” mediante el sistema Braille, sino también a desarrollar habilidades domésticas, técnicas y deportivas, lo mismo que a caminar por las calles y hasta navegar por internet.
Rubén Vásquez era estudiante de la Escuela Normal de Occidente de La Esperanza cuando el glaucoma que padecía desde niño lo dejó envuelto totalmente en un mundo de sombras, pese a la lucha de los oftalmólogos. Luego del cruel diagnóstico de “ no hay más que hacer”, su familia rompió la alcancía de sus ahorros y lo llevó a El Salvador a estudiar en un centro para invidentes, en donde aprendió a leer y escribir con el método Braille, así como a valerse por sí mismo. A los dos años regresó a Honduras decidido a terminar sus estudios y, con el empeño de un atleta, logró coronar su carrera de maestro de educación primaria, enarbolando notas sobresalientes. Ya estaba capacitado para ejercer su profesión aun con sus pupilas marchitas, pero la discriminación de la gente le cerró cuanta puerta tocó con el fin de impartir clases y, por ende, brindar el apoyo económico que su madre urgía para los gastos de la casa. Con el título en la mano a veces Rubén se olvidaba de su impedimento visual, pero otros se encargaban de recordárselo cuando lo trataban como si fuese un ser distinto a los demás, comentó en una ocasión. Animado por su familia y pastores de la iglesia Esmirna del barrio Medina decidió dar clases a otros invidentes en un pequeño salón del templo. A la primera clase solo asistieron cuatro alumnos, pero a medida que corría la voz sobre la existencia de una escuelita para ciegos en San Pedro Sula la matrícula fue creciendo. Con el tiempo, los promotores del proyecto educativo lograron que la municipalidad les donara un terreno en Villa Florencia, en donde construyeron el edificio de lo que ahora es la escuela Luis Braille, que se sostiene principalmente con aportaciones de entes solidarios, pero esos recursos ya casi no ajustan para sostener la creciente demanda. Aunque la fundación cuenta con una subvención municipal, no escapa de pagar impuestos y servicios públicos que, a nuestro criterio, deberían dispensar a instituciones de proyección social, como la que rectora el recién galardonado.