23/04/2024
09:27 AM

El Servicio Civil

José Azcona

Lord Randolph Churchill, padre del célebre Winston Churchill, fue ministro de Hacienda (Chancellor of the Exchequer) de Gran Bretaña en 1886. En ese momento la misma era la nación más poderosa de la Tierra, tanto en su economía como en territorios. Él dijo al concluir su mandato: “Nunca entendí qué eran esos condenados puntos”, refiriéndose a las cifras decimales.

El hecho de que un responsable de una cartera financiera no entienda (y lo acepte casualmente) matemática elemental suena como un acto de imprudencia y ligereza en el manejo de los asuntos públicos. Recuerdo que cuando escuché esta anécdota, en mi adolescencia, concluí en que esos aristócratas británicos debían su éxito a tres posibles fuerzas: la suerte, la maldad o la fuerza. Con el estudio de la historia he aprendido que esas tres fuerzas han estado presentes a todo lo largo de la historia humana en proporciones similares.

Entonces el misterio persiste: ¿cómo es que la mayor potencia del mundo puede ser gobernada por aficionados?

Una parte de la explicación es un sistema oligárquico de escoger gobernantes en el que la capacidad técnica es superflua. Estos dirigentes tenían una base económica independiente y se dedicaban a la actividad pública primeramente por sentido de deber y para lograr un honor y un prestigio personal.

El entusiasmo, el estudio profundo y el hambre de poder eran vistos como conductas indignas.

La segunda explicación está en el sistema de administración pública que ya se encontraba completamente desarrollado hace tanto tiempo.

El trabajo de los ministros (que eran parlamentarios) era únicamente el de dar liderazgo político a sus departamentos. La burocracia estaba completamente profesionalizada y dependía de subsecretarios permanentes, profesionales y de carrera.