10/07/2025
05:18 AM

El diamante de la vida

Saúl Villalpando, un joven de origen mexicano nació en Menshaville, Arizona. Aprendió el oficio de joyero de su padre. Y un día invirtió sus ahorros en un viaje por la India. En uno de los barrios de Calcuta encontró a un hombre que vendía piedras a los turistas. Sabiendo de joyería, se dio cuenta que entre otras, había un diamante, aunque oculto aún en una capa de carbono. No quiso llamar la atención del hindú y juntándola con varias más, preguntó por el precio de todas. El vendedor le dio lo que para él era un precio muy alto: ¡30 dólares!

Saúl los pagó sin regatear y las guardó en la mochila. Ya en el hotel sacó las piedras y las miró detenidamente, y no le cupo ya la menor duda, ¡era un diamante! Tomó el resto y las tiró a la basura. Decidió regresar de inmediato y mostrarle a su padre que el viaje no había sido una locura, así que se informó del próximo barco a Nueva York. Una vez a bordo, se sentía inmensamente feliz y emocionado. Subió a la cubierta. El viento marino le daba en pleno rostro. Sacó la piedra y la miró de nuevo. Sí, estaba seguro de que era un diamante. La tiró al aíre y la tomó diestramente. El brillo se reflejó con aún más claridad en el aire. Así que la tomó de nuevo y la lanzó más alto. Al bajar, Saúl se deslumbró con la luz de un farol, y no pudo atraparla. La oyó caer al suelo y la vio claramente rodando por la cubierta y cayendo al mar. Quedó perplejo. ¡Cómo había sido tan tonto! ¿Por qué diablos había estado jugando con el diamante de su vida?

Ya lo dice el adagio popular: “Nadie sabe lo que tiene, hasta que lo pierde”. Quizá por ello hay gente que juega con sus oportunidades como si fueran a ser eternas. Oportunidades como la amar a nuestra familia, la de apreciar nuestro trabajo y hacerlo bien, la de admirar un radiante amanecer, la de ver la tierna sonrisa en un bebé. No nos percatamos de que Dios, en su sabiduría nos da tan solo unas cuantas décadas en esta tierra para aprovecharlas. Pero en nuestra inconsciencia jugamos con ellas. No comprendemos que un buen día pueden desaparecer para siempre.

LO NEGATIVO: Jugar con nuestras oportunidades, y permitir que se pierdan, sin aprovecharlas.

LO POSITIVO: Dar a nuestras oportunidades el valor que tienen. Y tratarlas como lo que son, verdaderos diamantes de la vida.