24/04/2024
05:32 AM

Dos almas

Francisco Gómez Villela

Algunas veces, en la vida de las personas, se dan situaciones increíbles. Situaciones casuales pero extraordinarias. Casuales por lo cotidiano, extraordinarias por la enseñanza.

Eso sucedió aquella mañana en mi consultorio de Ginecología. Para mi sorpresa una señora de edad muy avanzada llegó a consulta. Uno asume que algo muy importante o grave debe ocurrir para que a los 90 años de edad una señora vaya al ginecólogo, y así lo interpreté.

Pequeña y enjuta. Cabello completamente blanco, bien peinado. Desde qué entro sola, dejando su hija en la sala de espera, y se sentó frente a mi, pude apreciar la dignidad de aquella alma. Sentí que el tiempo se había detenido.

Empezó a hablar pausadamente. Le aquejaba una enfermedad degenerativa que le causaba dificultades para hablar.

Tal vez ligeramente aprehensiva por lo incómodo que significaba enfrentar por primera vez a un médico que escudriñaría en su pudor.

Ella llego con un padecimiento que gracias a Dios no era tan preocupante como ella lo creía, y fue un alivio.

Aunque no conocía nada sobre su vida pude apreciar en su rostro el fragor de tantas batallas y el agradecimiento de vivir, que se manifestaba en la manera como se preocupaba por su cuerpo, santuario de la belleza que llevaba adentro.

Pude percibir en sus ademanes su fragilidad. Y en su fragilidad su fortaleza. Estaba pasando un mal momento pero la dignidad nunca se apartó de ella.

A pesar de sentirse probablemente indefensa, nunca perdió la seguridad que le daba el Espíritu que la había acompañado tanto tiempo.

En ese momento, en mi oficina, se estaba dando cita el tiempo, el sol, el viento, la llovizna, la luna, la eternidad, la armonía y la paz .Percibí la solemnidad de una alma vieja en cuerpo de anciana. Sentí como se manifestaba la vida, el respeto y el honor que emanaba de ella.

Y me pregunté como debería vivirse una vida para dar esa imagen al final de nuestros días. Una impresión de integridad, de sabiduría, de benevolencia, de paz interior, de aceptación, de saber que a pesar que ya todo estaba casi consumado, la vida se vive cada día. Que hay que seguir adelante. Que mientras el Espíritu que habita en nosotros siga allí, debemos honrarlo con nuestro mejor empeño.

Esa mañana comprendí a la perfección y me maravilló, la comunicación silente que puede existir entre dos almas. Al final, antes que abandonara mi oficina le pregunté sí podía darle un abrazo. Esa mañana el sanado fui yo.