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Una oración por Donald Trump

  • 25 mayo 2017 /

Dado el lío en el que está metido y el martirio que alucina, era de esperarse que Donald Trump recurriera a Dios.

Él salió del país en su primera excursión al extranjero desde que asumió el cargo, y no es tanto un viaje presidencial convencional sino un seminario ambulante sobre religiones: islam (Arabia Saudita es la primera escala), judaísmo (Israel es la segunda) y catolicismo (el Vaticano es el remate).

Yo esperé con especial emoción su comunión con el papa Francisco, que entrará en los anales de las parejas extrañas por encima de Oscar y Felix y por debajo de Mork y Mindy.

Uno es malhumorado; el otro es ascético. Uno peca, el otro redime. Sigan las metáforas y tomen su rosario.

Los dos tienen una historia y no es nada bonita. Durante la campaña, Francisco criticó la idea de construir un muro en la frontera con México, y Trump no puso la otra mejilla. “¡Vergonzoso!”, respondió, confirmando su disposición a hacer un adversario de cualquiera, por muy grande que sea su mitra.

Pero ellos podrían omitir todo eso y examinar asuntos del futuro, como la inminente designación de Callista Gingrich como próxima embajadora de Estados Unidos ante el Vaticano. Ella es la tercera esposa de Newt Gingrich, con quien empezó a tener relaciones sexuales cuando él todavía estaba casado con su segunda esposa. El tiempo y, por lo visto, las anulaciones, han lavado los pecados de la pareja.

El presidente quiere que su peregrinaje sea una declaración de que los diversos pueblos del mundo pueden y deben de llevarse bien entre sí. Y que él, Trump, tiene la estatura y el peso moral para indicarles el camino hacia la paz. Se supone que este iba a ser un momento de audaz liderazgo.

Pero ya que ocurre después de las dos peores semanas de su de por sí acosada presidencia, este viaje más parece una retirada apresurada. Además, nos queda el continuo asombro –la comedia, en realidad– de ver a un hombre tan desvergonzadamente profano prestar una atención tan ostentosa a lo sagrado.

¿Trump como propagador de lo santo, hechizado por los misterios de la fe? Archivemos esto en la subcategoría eclesiástica de la compensación. Se me hace que él se ha arrodillado demasiado.

Y preveo un desastre. El tramo israelí de su viaje ya lo es, y no solo porque lo descubrieron revelándole información israelí a los rusos. Descartó la idea de pronunciar un discurso en la fortaleza de Masada, pues le negaron el permiso de aterrizar su helicóptero en ese lugar tan delicado arqueológicamente. Cuando los presidentes George W. Bush y Bill Clinton fueron ahí, se contentaron con tomar el teleférico hasta la cima.

Desconcertó a los israelíes con su insistencia en limitar a 15 minutos su visita a Yad Vashem, un monumento al Holocausto muy apreciado. El presidente Barack Obama le dedicó como una hora. Lo mismo hizo Bush.

Y al rechazar toda aparición conjunta con el primer ministro Benjamin Netanyahu en el muro de los Lamentos, un funcionario del gobierno de Trump especificó que técnicamente el muro no pertenece a Israel. En efecto, esa es la posición más difundida, pero su enunciación gratuita no hace palpitar el corazón de los israelíes.

Trump ha estado buscando la salvación de manera ostentosa desde el momento en que salió en campaña presidencial. Esa es en parte la razón de que haya elegido como compañero de fórmula a Mike Pence, consentido de la derecha religiosa. Y eso también explica las instrucciones que recientemente le dio al Servicio de Recaudación de Impuestos para que les dé a las organizaciones religiosas margen para cabildear políticamente. El 13 de mayo, para su primer discurso de fin de cursos como presidente, él eligió la Universidad Libertad, escuela cristiana evangélica cuyo rector, Jerry Falwell Jr., le dijo a la multitud: “No creo que ningún presidente en nuestra vida haya hecho tanto que beneficie a la comunidad cristiana en tan poco tiempo como Donald Trump.”

Después Trump expresó su deleite ante el tamaño de la comunidad que había convocado pues su estilo personal de espiritualidad se basa en la veneración a sí mismo. Aunque también articuló pensamientos más elevados, como cuando dijo: “En Estados Unidos no adoramos al gobierno; adoramos a Dios.”

Su relación con el Altísimo, empero, no siempre ha adoptado formas evidentes o convencionales. Aunque fue educado como presbiteriano, la iglesia a la que asistía en Manhattan, Marble Collegiate, era conocida por su célebre predicador, Norman Vicent Peale, que mercadeó y monetizó el poder del pensamiento positivo.

“Las actitudes son más importantes que los hechos”, afirmaba Peale y el pequeño Donald tenía los oídos bien abiertos. Pero al crecer, Donald el adulto trató a los mandamientos no como si estuvieran grabados en piedra, sino garabateados con tinta invisible. Defraudó a sus acreedores, se burló de la verdad y se jactó en público de su promiscuidad. Nunca mencionó a la religión antes de la campaña. Y aun entonces, los resultados fueron interesantes.

Se refería a los sacramentos como si fueran mascotas: “Mi pequeño vino”, “mi pequeña hostia”. En lugar de citar la segunda de Corintios, él dijo “Corintios dos”, como si fuera la puntuación de un partido. Cuando se le preguntó en qué circunstancias dirigiría la vista al Cielo en busca de expiación, él respondió que “no meto a Dios en estas cosas”.

Pero de sus cogitaciones espirituales, mi favorita es la respuesta que dio cuando le preguntaron “¿Quién es Dios para usted?”, en un programa de radio cristiano.

“Dios es lo máximo”, respondió. “Nadie ni nadie es como Dios.”

Y los angelitos lloraron de emoción.

Y los votantes evangélicos ciertamente respondieron, fenómeno que ha sido abundantemente analizado. Pero no hemos considerado tanto la audacia de la pantomima de divinidad de Trump, dado su núcleo. Eso quizá ilustre su más grande don, hablando políticamente, que es su disposición a asumir cualquier postura que considere necesaria, sin importar lo ridícula que resulte, y su certidumbre de que puede convencer a los demás de su autenticidad. El pasado no lo ata.

La realidad no se inmiscuye. Y no hay arena sacrosanta, ni siquiera la religión. Él la moldea de acuerdo a sus propósitos y la reclama como propia.

Antes era demócrata, ahora es republicano. Un día manda fabricar sus mercancías a China; al día siguiente despotrica contra la manufactura en el extranjero. Un día, su biblia es “El arte de negociar”; al siguiente, la Biblia es su todo y él se dedica a promover la piedad por doquiera que vaya.

Melania también. Ella inició un acto político de Trump en Florida, en febrero, con un padrenuestro, hablando del pan de cada día pese a que ella quiere caviar todas las noches.

¿Le perdonarán las ofensas a su marido? No puedo conjeturar acerca de los juicios celestiales pero en este ámbito mundano y temporal, no creo que tenga muchas posibilidades.

Los hechos están resultando ser más importantes que las actitudes. Cada hora trae una nueva mortificación para su gobierno. Un procurador especial está empezando sus trabajos. Términos como “Watergate” y “obstrucción de la justicia” recorren el aire. Si yo fuera Trump, probablemente también saldría de viaje.

Y me pondría a rezar.