“La dignidad no consiste en tener honores, sino merecerlos”: Aristóteles.
Las condiciones mínimas de existencia requieren el valor intrínseco del ser humano en la base de la dignidad, cuando se valora a sí mismo y por encima de la necesidad pasajera, cuando está disponible la satisfacción de las necesidades básicas, que son la práctica del respeto a las personas. Una persona indigna definitivamente no se respeta a sí misma, ni tampoco lo hará con los demás. Es esencial establecer que la dignidad fundamenta relaciones sanas, en la relación consigo mismo y seres cercanos es así. La llave para saber si una persona está en sufrimiento, con dolor, es la compasión, la que puede traer el perdón y el amor, siendo la llave de la dignidad humana la que puede trabajar. Toda persona nace con dignidad, pero es fundamental que en la sociedad actual podamos desarrollar conciencia, empatía y tener responsabilidad compartida. La vida humana es valiosa por que la persona humana en sí misma lo es, pero vivimos como que pareciéramos en el lejano Oeste. El relativismo es grande y puede causar heridas a la opinión pública, pero la vida humana tiene un valor intangible, está sujeto a las contradictorias, circunstancias y contingencias. Realidades como el aborto, la eutanasia, la clonación de embriones; en fin, temas sin parar, algo está fallando cuando el desarrollo científico lleva al hombre que ejecuta la ciencia a cosas oscuras. La ciencia, lejos de ocasionar daños al hombre y su entorno, suscita un gran respeto y dignidad, la cual sirve a la humanidad. El hombre es la imagen de Dios, un reflejo del misterio de Él mismo y en la esencia más profunda de su Espíritu transforma visiblemente quién es, y como Dios es, el hombre es una criatura libre, a quien el Creador le dio la capacidad de amar. “Digo: ¿Qué es el hombre, para que tengas de él memoria, y el hijo del hombre, ¿para qué lo visites?” Salmo 8:4. RVR60. ¡DIGNIDAD!