No se discute que Honduras es un país soberano y que, por lo mismo, puede establecer relaciones diplomáticas con aquellas naciones con las que considere necesario y oportuno. Cada Estado posee la libertad de decidir en este sentido.
Sin embargo, es muy importante tomar en cuenta que estas decisiones no solo deben estar basadas en los intereses económicos o en las necesidades materiales coyunturales que se padezcan. Para que haya una relación de iguales; para que esta esté presidida por la consideración y el respeto, debe haber también una serie de valores compartidos, una visión conjunta de futuro, una concepción del mundo y del hombre que facilite el intercambio de ideas.
Y aunque no suelo hablar de política en mis columnas, quiero referirme a la larga historia de amistad entre Honduras y Taiwán, ahora que esta se ve amenazada, ante la pretensión del gobierno hondureño actual de acabar con esa duradera y solida relación que, materialmente, nos ha beneficiado tanto, y, que, humanamente, nos ha ayudado aún más.
Un pequeño país, al otro lado de la tierra, capaz de haberse autoconstruido y pasado de ser una sociedad básicamente agrícola a una potencia tecnológica de la que hoy, nos guste o no, depende del mundo entero; una nación a la que la palabra generosidad le queda corta para calificar su permanente gesto solidario para con todas aquellas que no han sucumbido al canto de sirena de China continental; esa isla que se mantiene firme y digna ante constantes amenazas y bravuconadas del otro lado del estrecho, podría perder uno de sus pocos aliados diplomáticos formales, que más tiene que perder que ganar ante la posible alianza con la potencia comunista.
La batalla diplomática de Taiwán contra China es, por demás, desigual. Todos los estados europeos, exceptuando al minúsculo estado de la Ciudad del Vaticano, le dieron la espalda en un momento. Claro, la fuerza moral de la Santa Sede no la posee ninguno otro en el Viejo Continente. Muchos regímenes autoritarios del planeta ven en China un aliado con antivalores similares y se sienten a gusto ante la falta de libertad de expresión, de control gubernamental omnímodo, y, por lo mismo, solidario cuando se le echa en cara la inexistencia de democracia en sus territorios.
Pero, en el caso de Honduras, en la que todavía gozamos de una imperfecta democracia, pero preferible a la las tiranías que se han levantado cerca y lejos de sus fronteras, es una pena que nos alejemos de un Taiwán ejemplar, para nosotros y para todo el mundo. Ojalá prevalezca la sensatez y no sucumbamos ante la tentación de abandonar a una nación con la que, en principio, compartimos valores.