Un día como hoy, hace ya 61 años, vi por primera vez la luz en mi querida Juticalpa. Eso de haber nacido en Olancho siempre lo he considerado una ventaja, porque, entre otras cosas, el sentido de pertenencia al terruño que tenemos los nacidos en esa parte de Honduras, nos da cierto aplomo, cierta seguridad, que luego ha sido útil para mi desarrollo personal y profesional.
Pero, además, nací en una familia numerosa, de esas benditas de antes; esas que se constituían gracias a la generosidad de unos padres que velaban antes por el bienestar de la prole que por la propia. Luego, fui el último de siete hermanos, por lo que tuve la ventaja de gozar de mayor autonomía, de aprender a vivir con mayor libertad, y no porque haya agarrado a mis padres ya cansados, sino porque la experiencia que habían ganado con los otros seis les permitió estar menos encima de mí y dejarme crecer bastante a mis anchas.
No tengo certeza de cuantos cumpleaños más podré celebrar; no soy profeta ni hijo de profeta, pero sí calculo, con base en el promedio familiar y nacional, y de acuerdo con las expectativas de vida de un hondureño típico, que será una década y poco más.
Pero, con lo ya vivido, ha sido más que suficiente para poder contemplar los acontecimientos, las personas y las cosas, con suficiente perspectiva.
Así, he caído en cuenta, y ya lo he dicho en más de una vez, que el corazón humano está diseñado para amar y entusiasmarse por otras personas, no por las cosas.
Por bonita que sea una casa, un carro, un viaje, etc., al final los primeros acaban por envejecer, por deteriorarse, por estropearse; y los viajes acaban por convertirse en una especie de espejismos que pasan a formar más bien parte de los sueños que de realidades permanentes.
Desde esta perspectiva también puedo calibrar la importancia y trascendencia de los amigos verdaderos. De aquellos que, aunque no nos veamos con frecuencia, sabemos que están ahí y que vendrán en nuestro auxilio cuando los necesitemos, que nos quieren por encima de nuestra situación material o de salud, de nuestras opiniones políticas, de nuestras posturas religiosas, de nuestras opciones de vida.
Y, en este sentido he sido tremendamente afortunado. A lo largo de seis décadas me he encontrado con hombres y mujeres estupendos, inteligentes, simpáticos, con los que he podido hablar de lo divino y de lo humano, y con los que podido llorar sin pudor y reírme sin vergüenza.
También me he topado con gente “turbia”, opaca, inauténtica. Pero a esta la he evitado, la he tratado con cortesía, y me he alejado de ella.Por esto y por muchísimas cosas, hoy no puedo menos que decir: gracias, muchas gracias.