10/10/2024
01:16 PM

Aislados, no solitarios

A estas alturas para muchos se puede estar volviendo difícil la cuarentena. No solo por falta de alimentos o por enfermedad. El problema también es que el hombre moderno se hace fácilmente solitario. Vivimos en un siglo donde podemos comunicarnos con un chino de la China, pero volvernos solitarios en nuestra propia casa.

Eso sí, tengamos en cuenta que hay una diferencia entre soledad y ser un solitario. Ser solitario es un problema. La soledad, en cambio, es necesaria en la vida de las personas. El Señor Jesús, que le gustaba estar en contacto con la gente de las aldeas y pueblos, buscaba en muchas ocasiones lugares donde orar solo y encontrarse con el Padre. El desierto se convierte entonces en un lugar símbolo del encuentro con Dios y con la prueba (recordemos las tentaciones de Jesús en el desierto). Lo que muchas veces necesitamos, un desierto en la ciudad, ahora se nos facilita más por la cuarentena. Hay menos distracciones y eso nos invita a valorar lo esencial sobre lo superficial y accesorio, a descubrir que el hombre nunca está solo, porque Dios lo invita al desierto para estar con Él. Buscar la soledad para orar, para meditar y reflexionar sobre las cosas que pasan es muy importante hoy. Si vives solo, Dios te acompaña siempre y puedes dialogar con Él.

Lo que debemos evitar las familias hondureñas es ser solitarios. Un solitario puede estar rodeado de gente, pero en su corazón está solo porque solo piensa en sí mismo. Ni teme a Dios ni le importan los hombres. Es una persona que solo busca la satisfacción personal a través del cumplimiento de sus caprichos. Algo así como el Fausto de Goethe. Y ahí sí hay que tener cuidado, porque el enemigo del hombre gusta de buscar a ese tipo de personas para que crezcan con su egoísmo en las cosas, en el poder o en el placer sin sentido y egoísta.

Así nos lo enseñaba ya un obispo de Constantinopla del siglo IV, San Juan Crisóstomo, comentando el relato de las tentaciones de Jesús en el desierto: “Apoderándose de Él, mirad a dónde conduce el Espíritu Santo al Señor: no a una ciudad o plaza pública, sino al desierto. Y es que, como el Señor quería atraer al diablo a este combate, le ofrece la ocasión, no solo por el hambre, sino por la condición misma del lugar. Porque suele el diablo atacarnos particularmente cuando nos ve solos y concentrados en nosotros mismos. Así atacó al principio a la mujer, al sorprenderla sola y hallarla sin la compañía de su marido”.