El 3 de octubre de 1964 se cumplió el primer año de la dictadura militar de López Arellano. El 3 de octubre de 1963 había derribado al gobierno liberal y democrático de Ramón Villeda Morales. El Gobierno de los Estados Unidos se había resistido a reconocer el régimen golpista. La muerte del presidente Kennedy y las habilidades de Jorge Fidel Durón permitieron que, para el mes de octubre de 1964, se había producido el reconocimiento diplomático. El régimen aflojó la dureza de su mandato y poco a poco los hondureños recobramos el uso normal de nuestros derechos. En 1968 sacaría nuevamente “el machete”.
Entonces cursaba el segundo año de Ciencias Sociales en la recordada Escuela Superior del Profesorado, que ese año estaba bajo la dirección de Rafael Bardales Bueso – uno de los grandes pedagogos hondureños de entonces— que, hasta el año anterior, había sido el director del Instituto Inter Americano de Educación, en Rubio Venezuela, creado y financiado por la OEA. Después de vivir en La Guadalupe, residía en la casa de Rodolfo Rosales Abella – ex director del INA y después colega ministro de Trabajo en el gabinete de Rafael Leonardo Callejas– en una amplia casona de adobe que estaba ubicada en donde ahora está un hotel en el barrio Abajo de Tegucigalpa, al frente de HRN.
Por contactos con locutores y periodistas de “La Voz de Honduras”, me enteré que saldría un nuevo periódico en San Pedro Sula. En Tegucigalpa circulaban “El Cronista”, dirigido por Alejandro Valladares, y “El Día”, por Julio López Pineda. “El Semáforo” y “Fides”, dos semanarios muy bien editados, completaban la columna central de la oferta informativa de los capitalinos. Los periódicos políticos ya habían dejado de circular, por falta de respaldo y lectores y, además, por la discreta amenaza de los militares de López Arellano. En San Pedro Sula circulaban “Correo del Norte” – diario gubernamental -- “El Alfiler”, que dirigía Pedro Escoto López. Además, Martin Baile Galindo editaba “En Marcha”.
La novedad era que “La Prensa” sería impresa en offset, sistema en frío que sustituiría el modelo en caliente que se usaba en los otros periódicos. Circularía por las mañanas. Poco tiempo después supe que Wilfredo Mayorga sería el jefe de Redacción y Sigfrido Pineda Green, el corresponsal en Tegucigalpa. Dos amigos y compañeros. El primero lo había conocido en Olanchito, donde su padre era secretario municipal. A Sigfrido Pineda lo había encontrado en las reuniones de los Bloques de Prensa, que entonces nucleaban a los periodistas de la costa norte del país. El primer director fue Andrés Alvarado Lozano, a quien no tuve oportunidad de conocer.
La aparición del periódico, el 26 de octubre de 1964, fue emocionante. En mis archivos guardo el primer ejemplar. Y aunque por razones de estudio había puesto en pausa mi afición periodística, el interés y la admiración por Wilfredo y Sigfrido aumentaron; y les envidié. Debía terminar mis estudios en la Escuela Superior, una entidad formativa exigente que no permitía distracción y desvíos. Sin embargo, a petición de Pineda Green, cubrí la visita del embajador de Panamá a la escuela de ese nombre. La breve nota-- sin firma-- apareció publicada, dándome singulares satisfacciones que aún ahora me estremecen suavemente.
Ahora que soy su columnista, siento que en estos 61 años transcurridos debo brindar por las lecciones aprendidas y por el recuerdo de los nombres de Óscar Flores Midence, Víctor Cáceres Lara, Ramón Villeda Bermúdez y Amílcar Santamaría, con los que aprendí, leyéndolos – y ahora estudiándolos como historiador—, que la opinión diaria y la noticia rápida hacen historia y construyen la memoria colectiva. ¡Salud, compañeros y amigos!
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