Históricamente, la celebración de las festividades de la independencia nacional han sido apolíticas. Incluso, los fundadores determinaron la forma en que debían efectuarse las celebraciones alusivas, en forma expresa. Y con algunas variantes, ha sido la norma. Hasta que Mel Zelaya, el gran “renovador” de la política hondureña, es quien las ha convertido en un espectáculo político que el viernes pasado cosechó, de parte del público, un rechazo espontáneo y generalizado. Primero, desde la idea que la Patria es lo que él cree que es, lo que quiere; y después, como un medio para llamar la atención, mostrando resistencia y rechazo a la forma oficial de las celebraciones. No se quita el sombrero, siquiera. Por ello, desde hace varios años, una vez que Lobo le “regaló” la inscripción del partido Libre, cada 15 de septiembre celebró un desfile particular que concluía en el Parque Central de Tegucigalpa y en las plazas mayores de las principales ciudades del país. Pero poco a poco, en la medida en que creció el rechazo, quedó reducida a Tegucigalpa y el líder, afectado en su capacidad de movilización, ahora se desplaza en un vehículo, imitando al presidente Nicolás Maduro, cuya vocación automovilística nadie puede discutirle, sin llevarse un palmo de narices.
Ahora que Libre es partido oficial, la más importante celebración del calendario cívico es dolorosamente politizada, negándonos a los hondureños la oportunidad de celebrar a la Patria común, aplaudir a nuestros hijos, vivar a las “pomponeras” y honrar a los miembros de las Fuerzas Armadas y a las bandas de los colegios que se atreven a participar, en una jornada fatigada y sacrificada para padres y alumnos. La del viernes, ocurre en momentos que Castro tiene los más bajos niveles de aceptación. En un clima de polarización, con un Congreso plantado frente a los caprichos de los actuales gobernantes; y, en una abierta confrontación entre la empresa privada y el director del SAR, Marlon Ochoa. Y entre dos facciones: los padres de familia que quieren ver a sus hijos, bellamente ataviados, mostrando sus virtudes y talentos; y el gobierno de Castro, que quiere aprovecharlas para mostrar su músculo y concitar respaldo y respeto de la ciudadanía. Por ello, en la práctica, vimos dos espectáculos: el político de Xiomara, Mel y su “rosa envenenada”; y, el del pueblo hondureño que, bajo la bandera de las cinco estrellas, sigue creyendo que el amor a Honduras es una fiesta de fraterna convivencia ciudadana.
Esa es la razón por la que Xiomara Castro llegó luciendo extranjero vestido rojo; y pronunciando un discurso político, en el que no mencionó a Valle e instrumentalizó a Morazán, en el que en vez de convocarnos, quiso justificar su incompetencia y amenazar, con aburrida repetición, a la oposición, aunque ella, falsamente se llamó demócrata, pasando por alto que la oposición es necesaria para hacer posible su práctica.
Desaprovechó la oportunidad para convocarnos a la unidad y desde esta, fraterna convivencia, animarnos ante los retos que amenazan la seguridad colectiva, la paz y el bienestar de las mayorías. Fue una repetición de lo mismo: con las mismas palabras masculinas; y sin asumir la mínima autocrítica, necesaria ahora cuando debemos ser cuidadosos en lo que hacemos, verificando resultados. Porque el pueblo está cansado de los engaños de los políticos. No cree en las excusas; ni menos en los supuestos cumplimientos de promesas electorales que no les llevan más tortillas a la mesa familiar; ni alejan el fantasma que angustia a la mayoría de las familias, en las fechas en que termina el mes; y empiezan las obligaciones de pagos ineludibles.
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