19/04/2024
12:32 AM

El mito de la democracia perfecta

Desde mi temprana juventud he ido tomando conciencia de la sociedad en que vivo. He visto desarrollarse diversos movimientos políticos e ideológicos que alentaban los ánimos de los hondureños a creer en una democracia perfecta. A poner la esperanza en que los años por venir serían mejores. A soñar en que podríamos alcanzar un desarrollo que nos permitiera vivir en paz y prosperidad permanente. Una verdadera utopía.

A medida que se ampliaban nuestros horizontes, hasta lograr ubicarnos en el contexto de las naciones del mundo, poco a poco nos damos cuenta del lugar que ocupábamos en el concierto de las naciones. La realidad se ha ido imponiendo, a tal punto de enterarnos que hemos sido objeto del juego e intereses extranjeros, que nos han ido configurando en una república bananera y más recientemente en un Estado fallido.

La algarabía entusiasta de los correligionarios de los partidos políticos tradicionales durante las campañas políticas en las primeras décadas de la incipiente democracia, auspiciada por Gobiernos amigos, para optar a cargos de elección popular se ha ido convirtiendo en una fiesta particular de una clase política que juega a realizar elecciones sesgadas por intereses económicos de élites y grupos ajenos a los verdaderos intereses de la nación.

El despliegue de la campaña propagandística para captar el voto de los ciudadanos no deja de cuestionarnos sobre los intereses que mueven a los aspirantes sonrientes a cargos de elección popular ante una multitud de familias desesperadas que huyen del desempleo, la inseguridad y la violencia en caravanas numerosas.

El punto de partida para llevar a cabo el sueño de una democracia que responda a las necesidades básicas de los hondureños se encuentra bajo cero, en números rojos, en el balance de la gestión política del país.

A pesar de este panorama sombrío, muy a pesar mío y sin duda de la mayoría, considero que nunca es tarde para quienes están al frente de las decisiones más trascendentales del Gobierno, que tomen en cuenta lo positivo que actualmente existe, la buena voluntad de los que han decidido quedarse, invertir y trabajar para sacar adelante sus familias. Poner al servicio del país la formidable fuerza creativa de los hondureños, la capacidad de saber esperar, el coraje de quienes sufren la opresión que los excluye del goce de los derechos elementales de alimentación, salud, seguridad y educación. Liberar a la juventud de las fuerzas que la adormecen y aniquilan: la mediocridad, la falta de estímulos para su desarrollo integral, el empobrecimiento de su acervo cultural.

Desde la experiencia de la fe cristiana son muchas las instituciones, organismos no gubernamentales, empresariales que están decididos a actuar para mejorar en las condiciones actuales de los niveles de vida de las familias hondureñas. El aporte de la clase política a esta fuerza social es de gran valor si no quiere quedar aislada y de espalda a los grandes retos de la sociedad. Tienen ahora la oportunidad de dar un paso adelante en el desarrollo del sistema democrático. Desistan ya de las viejas artimañas que han llevado a nuestro país a la debacle y la ingobernabilidad.