Por: Priya Krishna/The New York Times
Desde hace mucho tiempo, las salas VIP de los aeropuertos han ofrecido a los pasajeros de élite un escape cómodo del bullicio de la terminal. Ahora, las aerolíneas estadounidenses y las compañías de tarjetas de crédito van en pos de un nivel de lujo y exclusividad cada vez mayor, particularmente en lo que respecta a la gastronomía.
En la sala Delta One, con un año de antigüedad, del Aeropuerto Internacional Kennedy en Nueva York, es habitual escuchar a un empleado preguntar a los pasajeros: “¿Gusta una onza de caviar antes de su vuelo?”.
La sala, que incluye un bar-restaurante de servicio completo, sirve opciones de cortesía como sirloin con salsa de vino tinto. Para acceder, se necesita un boleto de clase ejecutiva para un vuelo de larga distancia vía Delta o una aerolínea asociada.
Las salas VIP de los aeropuertos antes eran lugares donde los viajeros de negocios podían disfrutar de un café en vaso de papel y un puñado de chícharos con wasabi. Ahora cuentan con hornos de leña para pizza, torres de mariscos y martinis de espresso.
En los últimos años, Delta, American Airlines y United Airlines han abierto salas separadas para viajeros internacionales de clase ejecutiva con acceso más restringido que sus salas estándar, que están abiertas a cualquier persona que compre una membresía o tenga una determinada tarjeta de crédito o estatus de viajero frecuente.
Exclusividad
En una época de incertidumbre económica, las aerolíneas saben que los viajeros adinerados siguen gastando, afirmó Heather Garboden, directora de atención al cliente de American Airlines. Garboden añadió que American y otras aerolíneas ven una “fuerte demanda de nuestros viajeros más exclusivos y leales”. Y lo que más les importa a esos clientes exclusivos, añadió, es la gastronomía exclusiva.
Estos detalles de lujo no son novedad para aerolíneas internacionales como Emirates y Cathay Pacific, que durante años han acompañado sus salas VIP con dim sum, maridajes de cocteles y bares de puros. Sus homólogas estadounidenses apenas recientemente se han acercado a ese nivel.
La competencia se intensifica a medida que las compañías de tarjetas de crédito entran en el juego de las salas VIP, buscando atraer a viajeros frecuentes como titulares de tarjetas.
La sala Chase Sapphire del Aeropuerto LaGuardia de Nueva York parece el elegante vestíbulo de un hotel. La carta de cocteles proviene del popular bar neoyorquino Apotheke, y los baristas pueden prepararte un latte con leche de avena y sal marina. Los huéspedes pueden pedir ñoquis con calabacita y menta, o betabel marinado con queso feta batido —ambos creados por Fairfax, un café en Manhattan.
Mitch Radakovich, un científico de datos de Cincinnati, Ohio, quien pasó su escala camino a Copenhague en la sala VIP Capital One del Aeropuerto Kennedy, dijo que le parecía casi demasiado bueno para ser verdad disfrutar de tales amenidades —incluyendo expertos en queso que te personalizan un platón de embutidos— con sólo una tarjeta de crédito de 395 dólares al año.
Viajar en avión solía ser un símbolo de lujo. A medida que más gente vuela y se vuelve más económico, los ricos aún quieren distinguirse del público en general de manera visible, afirmó Cecilia L. Ridgeway, profesora emérita de ciencias sociales en la Universidad de Stanford, en California.
“Necesitamos más señales y símbolos que muestren que te está yendo bien, que la gente lo puede ver, que estás progresando”, afirmó.
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