La ciencia, en la mira de los autócratas, según expertos

Trump causa polémica en EEUU con el despido de grandes equipos de científicos y la cancelación de miles de proyectos de investigación.

  • 14 de septiembre de 2025 a las 15:52 -

Por: William J. Broad/The New York Times

La guerra contra la ciencia comenzó hace cuatro siglos cuando la Iglesia Católica prohibió los libros que reimaginaban el cielo. Regímenes posteriores fusilaron o encarcelaron a miles de científicos. Hoy, en lugares como China y Hungría, un tipo de dictador menos temible se vale de recortes presupuestarios, la intimidación y la vigilancia de alta tecnología para intimidar a los científicos y someterlos.

Luego está el Presidente Donald J. Trump, a quien los electores el año pasado devolvieron decisivamente a la Casa Blanca. Su ofensiva contra la ciencia destaca porque los laboratorios estadounidenses y sus descubrimientos impulsaron su auge en el siglo pasado y ahora fomentan su influencia global.

El mes pasado, Trump despidió a la recién confirmada directora de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades. Sus abogados afirmaron que la medida reflejaba “el silenciamiento de los expertos y la peligrosa politización de la ciencia”. Trump también ha despedido a grandes equipos de científicos y ha cancelado miles de proyectos de investigación. Si se aprueba su propuesta de recorte de 44 mil millones de dólares al presupuesto del próximo año, provocará la mayor caída del apoyo federal a la ciencia desde la Segunda Guerra Mundial, cuando los científicos y Washington iniciaron su colaboración.

Pocos analistas ven a Trump como un Stalin, que aplastó la ciencia, o incluso como un análogo directo de los dictadores de esta era. Pero su ataque a los investigadores y sus instituciones es tan profundo que los historiadores ven similitudes con las estrategias empleadas por los regímenes autocráticos para frenar la ciencia.

Por ejemplo, a lo largo de la historia, los tiranos idearon una forma de financiar la ciencia que castigaba a quienes exploraban ideas sin un propósito definido y promovían a los fabricantes de dispositivos. Las políticas de Trump, dicen los expertos, siguen ese enfoque. Elogia a los genios tecnológicos de Silicon Valley, pero socava la investigación fundamental que se nutre del libre pensamiento y siembra las semillas no sólo de Premios Nobel, sino también de industrias multimillonarias.

“Los tiranos quieren ciencia con resultados prácticos”, afirmó Paul R. Josephson, profesor emérito de historia en el Colby College de Maine y autor de un libro sobre ciencia totalitaria. “Temen que el conocimiento básico exponga sus falsas afirmaciones”.

Menosprecio

Quienes respaldan al Presidente niegan que realice maniobras autocráticas. Trump “es una amenaza a la burocracia, no a la democracia”, dijo Paul Dans, arquitecto del Proyecto 2025, el plan de derecha para la Presidencia de Trump.

El objetivo final, de acuerdo con el Presidente y sus partidarios, no es la ciencia, sino el papel que desempeñan los expertos en la generación de las restricciones que lastran la economía nacional. Señalan que el Proyecto 2025 exigía el desmantelamiento del Estado administrativo. El propio Trump insiste en que, en general, quiere salvar la ciencia. Sus defensores argumentan que está recortando presupuestos abultados para restaurar la confianza pública en la ciencia e impulsar una era dorada de descubrimientos.

Los defensores del orden de posguerra admiten que la administración gubernamental de la ciencia puede mejorarse. Pero descartan las recientes medidas y pronunciamientos de Trump como meros pretextos para tácticas represivas.

El mitin “Defiende la Ciencia” en Washington, semanas después de que el Presidente Trump eliminó los comités asesores científicos. (Eric Lee/The New York Times)

“Trump no inventó este manual”, dijo Thomas M. Countryman, quien fue subsecretario de Estado en la Administración Obama. “Depende de la supresión de todos los centros de pensamiento independientes, incluyendo universidades, bufetes de abogados y científicos”.

Los analistas afirman que los autoritarios temen a la ciencia porque sus hazañas —descifrar el universo, salvar millones de vidas— pueden generar lazos de confianza pública que superan los suyos.

“La ciencia es una fuente de poder social”, afirmó Daniel Treisman, politólogo en la Universidad de California, en Los Ángeles. “Siempre representa una amenaza potencial”.

Trump ha menospreciado a los expertos y dicho que prefiere confiar en el sentido común y la intuición.

Los analistas coinciden en que las acciones de Trump podrían afectar el papel de Estados Unidos como líder mundial en descubrimientos científicos. Es probable que las consecuencias prácticas sólo se hagan evidentes después de que deje el cargo.

La ciencia moderna tiene un historial de represión. La Iglesia Católica sostuvo durante mucho tiempo que los humanos se encontraban al centro del universo. No era así, argumentaba Nicolás Copérnico, astrónomo polaco. En 1543, presentó pruebas que demostraban que la Tierra y los planetas giraban alrededor del Sol. La noticia de su libro, de 400 páginas y rico en diagramas, se extendió lentamente por Europa. Con el tiempo, la Iglesia decidió mostrar su descontento. En 1600, mandó quemar en la hoguera a Giordano Bruno, defensor de la teoría heliocéntrica de Copérnico. En 1616, la Iglesia incluyó el tratado copernicano en su lista de libros prohibidos.

Sin amedrentarse, Galileo, un astrónomo italiano, publicó su gran obra, “Diálogos sobre los dos máximos sistemas del mundo”, en 1632. Respaldó a Copérnico. El juicio de Galileo por la Inquisición romana en 1633 marcó un punto de inflexión. Aun así, Roma procedió a adaptar catedrales para que sirvieran como observatorios solares, lo que permitió a la Iglesia fijar mejor la fecha de Pascua. La investigación también dio crédito a la visión copernicana. Aun así, Roma mantuvo su prohibición heliocéntrica durante siglos. La doble moral de la Iglesia católica —reprimir el pensamiento científico mientras disfrutaba de sus beneficios prácticos— se convirtió en una táctica favorita de monarcas, tiranos y autócratas modernos.

Hoy las dos categorías de trabajo exploratorio se conocen como ciencia básica y ciencia aplicada. Esta última puede incluir desarrollo, ingeniería y tecnología. Por naturaleza, los estudios básicos, aunque arriesgados, tienden a producir los descubrimientos más importantes. Este enfoque desequilibrado permitió a los gobernantes restringir el libre pensamiento, al tiempo que promovían derivaciones tecnológicas de la ciencia aplicada que podrían fortalecer sus regímenes. Por ejemplo, apoyaron la investigación sobre navegación astronómica, que permitió a flotas de barcos navegar por el mundo para fundar imperios coloniales.

Los dictadores del siglo 20 convirtieron la supresión de la ciencia básica y el fomento de la investigación aplicada en armas de control social.

Tras tomar el poder en 1933, Hitler redefinió la ciencia alemana para incluir la idea de que los arios representan la raza superior. “Si la ciencia no puede prescindir de los judíos, tendremos que prescindir de la ciencia”, dijo. Cientos de científicos judíos fueron despedidos y muchos huyeron del País. El dogma del régimen guió a los científicos restantes. Antes de la guerra, Alemania lideró el mundo en triunfos intelectuales como la teoría de la relatividad y la mecánica cuántica. La ciencia nazi puso fin a avances así.

Los ataques más letales a la ciencia básica provinieron de Stalin, el dictador soviético. En la década de 1930, mandó fusilar o consignar a miles de científicos a trabajos forzados. Hizo eco del impulso nazi por la pureza ideológica al promover a los científicos que apoyaban firmemente el marxismo. Trofim Lysenko, un agrónomo que dominó los estudios biológicos soviéticos entre 1935 y 1965, ejerció su influencia sobre Stalin para rechazar la genética moderna como política oficial. Los resultados paralizaron la agricultura soviética y contribuyeron a hambrunas que mataron a millones de personas.

En este siglo surgió un nuevo tipo de gobernante. Atrás quedaron los gulags y los pelotones de fusilamiento. Los nuevos autócratas recurrieron a amenazas sutiles, recortes presupuestarios y vigilancia para frenar la ciencia.

En su primer mandato, Trump buscó aplastar la ciencia gubernamental, pero el Congreso de EU revirtió con frecuencia sus recortes.

En su segundo mandato, su primer objetivo fue la asesoría experta. Durante décadas, las leyes federales otorgaron a los organismos asesores científicos la facultad de supervisar a las agencias reguladoras. El 19 de febrero, Trump firmó una orden ejecutiva que exigía la eliminación de los paneles asesores. En marzo, Trump presentó una política científica general que, siguiendo el ejemplo de los autócratas, priorizaba las derivaciones tecnológicas. En una carta pública, instó a consolidar el estatus del País como “líder mundial inigualado en tecnologías críticas y emergentes”.

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Luego, en mayo, la Administración propuso recortes al presupuesto federal de ciencia del próximo año.

En un ensayo reciente, Josephson calificó las acciones de Trump como descaradamente totalitarias. Citó el despido de miles de científicos, el apoyo a la propaganda antivacunas y el ascenso de funcionarios no calificados a la administración científica.

“Trump dijo una vez que quería los generales que tenía Hitler”, escribió Josephson. “Definitivamente está trabajando para conseguir la ciencia que tenían Hitler y Stalin”.

©The New York Times Company 2025

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Staff NYTimes
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