Por: Michael Schwirtz y Jane Bradley/The New York Times
RÍO DE JANEIRO — Artem Shmyrev tenía engañados a todos. El oficial de inteligencia ruso parecía haber armado la identidad falsa perfecta. Operaba un exitoso negocio de impresión 3D y compartía un departamento de lujo en Río de Janeiro con su novia brasileña y un gato.
Pero lo más importante, tenía un certificado de nacimiento y un pasaporte auténticos que consolidaban su alias como Gerhard Daniel Campos Wittich, un ciudadano brasileño de 34 años.
Tras seis años en Brasil, estaba impaciente por iniciar una verdadera labor de espionaje.
“Nadie quiere sentirse un perdedor”, escribió en un mensaje de texto del 2021 a su esposa rusa, quien también era oficial de inteligencia. “Por eso sigo trabajando y teniendo esperanza”.
Durante años, arrojó una investigación de The New York Times, Rusia utilizó Brasil como plataforma de lanzamiento para sus oficiales de inteligencia de élite, conocidos como “ilegales”. Los espías se deshicieron de su pasado ruso. Abrieron negocios, hicieron amigos y tuvieron romances —los cimientos de identidades enteramente nuevas.
El objetivo no era espiar a Brasil, sino convertirse en brasileños. Una vez cubiertos con historias creíbles, partían a Estados Unidos, Europa o Medio Oriente para trabajar en serio.
Un agente abrió un negocio de joyería. Otra era modelo. Un tercero fue admitido en una universidad estadounidense. Un investigador brasileño consiguió trabajo en Noruega; un matrimonio terminó yendo a Portugal.
En los últimos tres años, agentes de contrainteligencia de la Policía Federal de Brasil han descubierto al menos a nueve oficiales rusos que operan bajo identidades encubiertas brasileñas, de acuerdo con documentos y entrevistas. La investigación ha abarcado al menos ocho países, dijeron las autoridades, con información proveniente de Estados Unidos, Israel, Países Bajos, Uruguay y otros servicios de seguridad occidentales.
La investigación brasileña eliminó a un grupo de oficiales altamente capacitados. Al menos dos fueron arrestados. Otros se retiraron apresuradamente a Rusia. Con sus identidades descubiertas, lo más probable es que nunca vuelvan a trabajar en el extranjero.
"Fantasmas"
En abril del 2022, la CIA transmitió un mensaje urgente a la Policía Federal de Brasil: un oficial encubierto del servicio de inteligencia militar ruso había llegado recientemente a los Países Bajos para realizar prácticas en el Tribunal Penal Internacional —justo cuando ésta comenzaba a investigar crímenes de guerra rusos en Ucrania.
Viajaba con pasaporte brasileño bajo el nombre de Victor Muller Ferreira. Se había graduado de la Universidad Johns Hopkins en Maryland con ese nombre. Pero su verdadero nombre, dijo la CIA, era Sergey Cherkasov. Los agentes fronterizos holandeses le habían negado la entrada y ahora estaba en un avión con destino a São Paulo.
Con pruebas limitadas, los brasileños no tenían autoridad para arrestar a Cherkasov en el aeropuerto. Así que, durante varios días, la policía lo mantuvo bajo vigilancia. Finalmente, los agentes obtuvieron una orden judicial y lo arrestaron —no por espionaje, sino por el cargo más modesto de uso de documentos fraudulentos. Incluso ese caso resultó ser más difícil de lo esperado.
El pasaporte brasileño de Cherkasov era auténtico. Tenía una credencial de elector brasileña y un certificado que acreditaba haber completado el servicio militar obligatorio. Todos eran auténticos.
“No había vínculo entre él y la gran Madre Rusia”, declaró un investigador de la Policía Federal, quien, al igual que otros, habló bajo condición de anonimato porque la investigación sigue abierta.
Fue sólo cuando la policía encontró su certificado de nacimiento que la historia de Cherkasov —y toda la operación rusa en Brasil— comenzó a desmoronarse.

El documento indicaba que Victor Muller Ferreira había nacido en Río de Janeiro en 1989, hijo de una madre brasileña, una persona real que había fallecido cuatro años después. Pero cuando la policía localizó a su familia, los agentes descubrieron que la mujer nunca tuvo hijos.
Aunque muchos países exigen la verificación de un hospital o un médico antes de emitir certificados de nacimiento, Brasil permite una excepción para los nacidos en zonas rurales. Las autoridades emitirán un certificado de nacimiento a cualquier persona que declare, en presencia de dos testigos, que un bebé nació de al menos un progenitor brasileño.
Con un certificado de nacimiento en la mano, sólo es cuestión de solicitar la credencial de elector, la documentación militar y un pasaporte. Un espía entonces puede ir a casi cualquier parte del mundo.
Los agentes brasileños comenzaron a buscar a lo que llamaban “fantasmas”: personas con actas de nacimiento legítimas, que pasaron su vida sin constancia de su estancia en Brasil y que aparecían repentinamente como adultos, tramitando rápidamente documentos de identidad. Los agentes buscaron patrones en millones de actas de nacimiento, pasaportes, licencias de manejo y números de seguro social.
Uno de los primeros nombres que surgió fue el de Gerhard Daniel Campos Wittich. Su acta de nacimiento indicaba que nació en Río en 1986, pero parecía haber aparecido de la nada en el 2015.
Shmyrev había construido una identidad falsa tan convincente que ni siquiera su novia ni sus colegas tenían idea. Hablaba un portugués perfecto, con un acento que atribuía a su infancia en Austria.
Fundó su imprenta, 3D Rio, desde cero y pasaba largas horas trabajando.
“Era adicto al trabajo”, dijo Felipe Martínez, un ex cliente que se hizo amigo del ruso al que conocía como Daniel.
En privado, Shmyrev se sentía aburrido y frustrado con su vida encubierta. “Ningún logro real en el trabajo”, escribió en un mensaje de texto a su esposa. Su esposa, Irina Shmyreva, una espía que enviaba mensajes de texto desde Grecia, no se mostró empática. “Si querías una vida familiar normal, has tomado una decisión fundamentalmente equivocada”, respondió.
Los mensajes fueron enviados en agosto del 2021. Seis meses después, Rusia invadió Ucrania. De repente, los servicios de inteligencia de todo el mundo colaboraban para desmantelar el espionaje del Kremlin. La vida de los espías rusos desplegados en todo el mundo se vio trastocada.
Primero fue Cherkasov. Luego, Mikhail Mikushin, quien había estado bajo investigación brasileña, fue arrestado en Noruega. Dos agentes rusos fueron arrestados en Eslovenia, donde vivían bajo identidades encubiertas argentinas.
Para finales del 2022, los investigadores brasileños estaban cerca de capturar a Shmyrev. Salió del País pocos días antes de que la Policía Federal revelara su identidad.
Cada vez que los agentes descubrían un nombre, parecían haber llegado demasiado tarde.
Un matrimonio de treintañeros, usando los nombres Manuel Francisco Steinbruck Pereira y Adriana Carolina Costa Silva Pereira, había partido a Portugal en el 2018 y desaparecido. Parecía haber un grupo en Uruguay. Una mujer, presuntamente llamada María Luisa Domínguez Cardozo, tenía un certificado de nacimiento brasileño y posteriormente obtuvo un pasaporte uruguayo. Y había otro matrimonio: Federico Luiz González Rodríguez y María Isabel Moresco García, una espía rubia que posaba como modelo.
Los agentes brasileños compartieron lo que habían descubierto con las agencias de inteligencia internacionales, que cotejaron esa información con los registros de conocidos agentes de inteligencia rusos, lo que en algunos casos permitió a los brasileños asociar un nombre real con las identidades brasileñas falsas. Los Pereira, por ejemplo, resultaron ser Vladimir Aleksandrovich Danilov y Yekaterina Leonidovna Danilova, dijeron dos funcionarios de inteligencia occidentales.
Incluso después de la invasión rusa de Ucrania, Brasil mantuvo una relación amistosa con Moscú. Por lo tanto, el uso de Brasil por parte del Kremlin para una operación de espionaje a gran escala fue visto como una traición. Las autoridades querían enviar un mensaje.
“Simplemente pensamos: ‘¿Qué es peor que ser arrestado por espía?’”, dijo un investigador brasileño de alto rango. “Es ser expuesto como espía”.
El otoño pasado, los brasileños emitieron una serie de notificaciones azules —alertas solicitando información sobre una persona— a través de Interpol, la organización policial más grande del mundo. Los avisos distribuyeron los nombres, fotografías y huellas dactilares de los espías rusos, incluyendo Shmyrev y Cherkasov, a los 196 países miembros.
Uruguay emitió alertas similares para sospechosos de ser espías rusos que se presentaron allí bajo identidades brasileñas.
Las notificaciones de Interpol no incluyen los nombres reales, pero sí fotografías y otra información de identificación. Con sus identidades registradas en las bases de datos policiales y sus nombres reales identificados por los servicios de espionaje, es muy probable que los agentes nunca vuelvan a trabajar como espías extranjeros.
De todos los espías, sólo Cherkasov permanece en prisión. Fue declarado culpable de falsificación de documentos y condenado a 15 años de prisión, pero su condena se redujo a cinco años.
En un aparente intento por llevarlo pronto a casa, el Gobierno ruso afirmó que era un traficante de drogas buscado y presentó documentos judiciales pidiendo su extradición.
Pero los brasileños contraatacaron. Si Cherkasov era narcotraficante, argumentaron los fiscales, era esencial que permaneciera en prisión aún más tiempo para que la policía pudiera investigar.
De lo contrario, ya habría sido liberado. Pero permanece en una cárcel en Brasilia.
Rodrigo Pedroso contribuyó con reportes a este artículo.
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