Bad Bunny no quiere irse de Puerto Rico

La residencia de tres meses de Bad Bunny en Puerto Rico ha hecho resurgir el turismo en la isla atrayendo miles de fans internacionales.

  • 07 de agosto de 2025 a las 14:06 -
The New York Times

Por: Yarimar Bonilla/The New York Times

El 11 de julio, Bad Bunny inició su residencia de tres meses en el Coliseo de Puerto Rico. Los primeros nueve conciertos estaban reservados para los locales, pero ahora están abiertos a todo el mundo, y cientos de miles de personas de todo el mundo comenzarán a llegar a nuestro archipiélago. Es el tipo de estancia extendida que normalmente se reserva para Las Vegas —no para una colonia estadounidense en bancarrota que se resiente aún de huracanes, apagones y disfunción política. Pero ese es precisamente el punto.

Lo que está sucediendo en San Juan este verano es un recordatorio de que no hay que asimilarse ni irse de casa para alcanzar el éxito, y que quedarse en Puerto Rico no tiene por qué significar sacrificio. Podemos hacer más aquí que simplemente resistir —podemos prosperar. Y podemos hacerlo sin destruir nuestros recursos naturales ni atraer a exiliados fiscales, sino invirtiendo en nuestro recurso más renovable: nuestro genio cultural.

Bad Bunny, o Benito, como se le conoce cariñosamente en casa, saltó a la fama en el 2016, el mismo año en que el Congreso de Estados Unidos impuso una junta de control fiscal no electa para supervisar las finanzas locales. La música de él se ha convertido en la banda sonora tanto de nuestro trauma como de nuestra resistencia, resonando a través de huracanes, terremotos, apagones, protestas masivas que depusieron a un Gobernador y el surgimiento de nuevas coaliciones políticas.

Él se ha convertido en nuestro embajador global, destacando tanto nuestros retos como la riqueza de nuestra cultura. Sus letras, siempre cantadas en español, fusionan la dura realidad de los apagones, los baches, el colonialismo, la corrupción y el desplazamiento con el peso emocional del amor, los placeres de la lujuria y la belleza desordenada de la comunidad y la familia. Al hacerlo, ha creado un nuevo tipo de música de protesta, una que lamenta, celebra y vibra a la vez.

"Un paraíso de otros"

Su álbum más reciente, “Debí Tirar Más Fotos”, es una carta de amor y un lamento por un Puerto Rico que se nos escapa de las manos: traicionado por sus líderes; sus barrios desplazados por desarrollos de lujo; sus tierras vendidas a forasteros, subdivididas por Airbnb y esquemas de criptomonedas y reempaquetadas como un paraíso para otros.

El álbum y la serie de conciertos “No Me Quiero Ir de Aquí” expresan tanto el deseo de quedarse y construir, como el temor de que hacerlo no sea posible. Su mensaje ha resonado mucho más allá de Puerto Rico. En las redes sociales, personas de lugares tan cercanos como Cuba y tan lejanos como Gaza han unido fragmentos de la canción principal con imágenes de patrias que se vieron obligados a abandonar. Las publicaciones capturan un anhelo colectivo —no sólo por lo perdido, sino también por lo que pudo haber sido. Al igual que ellos, los puertorriqueños enfrentan una decisión angustiosa: quedarse y luchar, o irse y arriesgarse a nunca encontrar el camino de regreso.

Cuando salí de Puerto Rico en la década de 1990 para cursar estudios de posgrado, mi plan siempre fue regresar a enseñar en la universidad local. Pero en el 2015, el Gobierno declaró impagable su deuda. Los años transcurridos desde entonces han traído oleadas de austeridad que devastaron la universidad a la que alguna vez soñé regresar. Un presunto receso se convirtió en un exilio permanente.

Pero ahora, una nueva generación está decidiendo defender su derecho a quedarse. Desde la crisis de la deuda, y particularmente después del huracán María, los boricuas han respondido a la austeridad con autogestión: instalando microrredes solares, recuperando escuelas abandonadas, iniciando proyectos de soberanía alimentaria y creando empresas sociales destinadas a acabar con la fuga de cerebros y crear rutas de regreso a casa.

En el pasado, artistas como Bad Bunny tenían que buscar la fama atendiendo al mercado estadounidense. Esta vez, él ha considerado una gira por Estados Unidos “innecesaria”, diciendo que sus fans allí han tenido amplias oportunidades de verlo y en cambio se está centrando en construir una infraestructura completa en torno a sus espectáculos en Puerto Rico antes de ir de gira por otros países. Se estima que 18 mil personas llenarán el estadio cada noche, atrayendo a aproximadamente medio millón de asistentes para el final de la residencia en septiembre. Las proyecciones sugieren que podría inyectar más de 200 millones de dólares a la economía local e incrementar el producto interno bruto de Puerto Rico en 0.15 puntos porcentuales —suficiente para llevar a Moody’s Analytics a elevar su pronóstico económico para el territorio.

Los boletos para los primeros nueve conciertos, reservados para residentes locales, se vendieron principalmente en las plazas de mercado del archipiélago. Se vendieron unos 80 mil boletos en ocho horas.

Los fans internacionales tuvieron que esperar la venta general en línea y pagar tarifas premium, a menudo en paquetes con estancias en hotel. Esta estrategia buscaba dirigir el turismo a los hoteles en lugar de los Airbnb y garantizar una alta ocupación durante el verano, que es la temporada baja.

Yo pude asistir a un concierto el primer fin de semana de estreno gracias a un amigo que hizo fila durante seis horas para conseguir boletos. Afuera del recinto, los vendedores ofrecían artesanías, bocadillos tradicionales y organizaban juegos de pica de caballos, un juego de azar local. Los fans vistieron atuendos elaborados inspirados en ropa tradicional —faldas campesinas, guayaberas y pavas, utilizadas por los pobres rurales y ahora reclamadas por Bad Bunny como emblemas de orgullo.

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Abuelos cantaban entre el público, a veces sonrojándose ante las letras subidas de tono. Los conciertos también se han convertido en un punto de encuentro para la diáspora. Un amigo mío tiene tres grupos de primos que llegarán para conciertos en el próximo mes; algunos por primera vez traerán a la isla a sus hijos.

Aun así, el proyecto sortea una delicada contradicción. Denuncia el desplazamiento incitado por el turismo al tiempo que invita a los visitantes a ver lo que está en juego. Los lugareños celebran el impulso económico, pero se preparan para una afluencia de visitantes que sobrecargará nuestra infraestructura, abarrotará nuestras playas y tratará a nuestros vecindarios como sus patios de juego. El 30 de julio, el Alcalde de San Juan declaró un estado de emergencia después de que un apagón dejó a miles de hogares sin agua, y muchos temen que nuestra red eléctrica colapse por el turismo adicional. Sin mencionar que todo esto ocurre durante la temporada de huracanes.

Ninguna serie de conciertos puede deshacer las fuerzas estructurales que configuran la vida en Puerto Rico. No puede revertir las medidas de austeridad, desmantelar la junta de control fiscal ni reparar la red eléctrica. Pero es una muestra de lo que podría ser posible —no sólo para una estrella pop internacional, sino para todos los que anhelamos ir en pos de nuestros sueños en nuestra propia tierra, sin disculpas ni concesiones.

Yarimar Bonilla, profesora en la Universidad de Princeton, en Nueva Jersey, es autora de “Non-Sovereign Futures: French Caribbean Politics in the Wake of Disenchantment”. Envíe sus comentarios a intelligence@nytimes.com.

©The New York Times Company 2025

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