12/07/2025
12:35 AM

Una joven de 17 años envenena y quema a sus padres en México

Finalmente fue su novio el que no soportó la presión y confesó todo lo ocurrido.

Solo tiene 17 años y Ana Carolina ya es considerada una de las psicópatas más peligrosas del FBI, después de envenenar y quemar a sus padres. La policía no da crédito con la frialdad de esta joven que, después de ser detenida por el brutal crimen aseguró que se sentía libre.

Según informa el diario mexicano, La Mañana, Ana Carolina envenenó a sus padres adoptivos y después les quemó en su casa de Chihuahua, México. Para perpetrar el crimen contó con la ayuda de su novio José Alberto, de 18 años, y un amigo, Mauro.

Cuando la madre de Ana Carolina, Elbertina de 70 años, se encontraba en la cocina fue asaltada por Mauro que la asfixio hasta que perdió la conciencia, después le inyectaron insecticida con cloro para asegurarse de que muriera. Minutos después llegó el padre, de 90 años, con el que realizaron la misma operación. Después quemaron los cadáveres.

Al día siguiente la familia denunció la desaparición de la pareja y Ana Carolina, con total frialdad, contó una y otra vez su estudiada versión, en la que aseguraba que ella no sabía nada de lo ocurrido.

Finalmente fue su novio el que no soportó la presión y confesó todo lo ocurrido. Los tres jóvenes están ahora detenidos. Ana Carolina cumplirá un máximo de 15 años privada de libertad, pero sus dos cómplices se enfrentan a una condena de cadena perpétua.

La policía no da crédito a la tranquilidad y frialdad con la que Ana Carolina fue capaz de mantener su historia y han determinado que padece una psicopatología de nivel 9. Cuando fue preguntada en su celda sobre cómo se sentía, la joven contestó con un frio “libre”.

No mide más de 1.48 metros y está tan flaca como un pájaro. Podría decirse que Ana Carolina no creció en lo físico, pero sí en lo emocional. Si no fuera una asesina confesa ni tuviera una psicopatología nivel 9 —que en las escalas del FBI está reservada solo a los homicidas más duros—, el resto de su personalidad concordaría con la descripción de cualquier adolescente: mira todas las películas de Zach Efron, tiene una debilidad por la ropa de marca, viaja mucho y Tito el Bambino sí que la hace bailar. En otras palabras: es toda una teen cuyos familiares describen como esa niña que puede pasar tardes enteras brincando en el patio trasero de su casa publico Diario Milenio de México.

Ana Carolina fue detenida hace dos semanas. Psicólogos e investigadores tratan de entender qué resortes operan en la cabeza de una menor de edad, sin antecedentes de abuso familiar y que en apariencia lo tiene todo, para todavía envenenar y después quemar a sus padres.

Encontrarte a una menor de edad que no presenta ningún remordimiento por haber cometido un doble homicidio… es rarísimo —dice David Ochoa, analista criminal de la fiscalía de Chihuahua, a quien recurre el gobierno del estado cada vez que necesita el perfil de un asesino.

Ochoa ha recorrido unas 250 escenas del crimen en los 17 años que ha trabajado en esto. Ha perfilado a enfermos mentales, asesinos pasionales y sicarios de los que no fallan. Hace mucho tiempo perdió la cuenta de los cuerpos que han desfilado frente a sus ojos. Pero toda su experiencia no le valió de nada hace dos semanas. Le llegó el día de quedarse boquiabierto.

—Las escenas de crimen son como lienzos —explica Ochoa—. En criminología lo llamamos intención. Llegas a una escena y te das cuenta si se excitó el asesino, si es un sádico o si su intención era hacer sufrir a las víctimas. Es como meterte en su mente. Pero ésta era diferente. A riesgo de sonar poético, diría que quien mató a estas personas no tenía alma.

La historia incluye a tres jóvenes, 13 litros de gasolina, una caja de cerillos Clásicos y una pareja de ancianos millonarios con fin trágico. Y en el centro de todo está Ana Carolina. Una niña fresa de 17 años que estaba por salir de viaje a Venecia y a la que caracteriza un desapego extraño frente al dolor ajeno.

Hace unos días, justo cuando la enviaron a esa celda especial con la silla alta, le preguntaron cómo se sentía después de planear y lograr el asesinato de sus padres.

“Libre”, dijo.

Los dos cadáveres estaban carbonizados y yacían junto a una barda de hormigón ennegrecido, ahumado, como si ahí hubiera una chimenea. Los peritos determinaron que habían sido incendiados y abandonados apenas hacía unas horas. Por la posición de las manos y los pies, atadas a la espalda, estaba claro que no habían podido defenderse. El desgaste de los dientes en los cadáveres reveló que eran personas ya viejas. Una cadera permitió establecer que una de ellas era mujer, quizá de 60 años de edad.

El otro muerto desconcertaba. Todo indicaba que se trataba de un hombre que rondaba 90 años, algo que hacía el crimen completamente atípico. A escala nacional, menos de 0.09 por ciento de los homicidios involucran a personas mayores de 80. ¿De 90? Quizá haya uno o dos casos en 10 años.

A Ochoa no le tomó más de 20 minutos arribar a la escena, en el sur de la ciudad, en un descampado cerca del tristemente célebre parque acuático El Sapo Verde, a cuya desierta periferia acuden con regularidad homicidas para abandonar cuerpos.

—Por allá están —le dijo un policía, aunque no era necesario. Bastaba con seguir el rastro de pasto quemado. Ochoa entró en acción, con su libretita y bata blanca, caminando, dando vueltas, estudiando todos los ángulos del pastizal y los cuerpos. Todo para llegar a ese momento en el que las cosas hacen clic en su cabeza.

Éste vino cuando estudió los rostros de las víctimas. No mostraban ni sorpresa ni terror, emociones que suelen grabarse en un rictus en quienes son asesinados y torturados. No había ceños fruncidos, párpados arrugados o labios contraídos.

—Los tomaron por sorpresa —diría después—. Nunca se esperaron la agresión. Estaban en un ambiente de confianza cuando los mataron. Los cuerpos quedaron registrados como NN. No identificados.

Una pena de 15 años

Ana Carolina fue adoptada desde pequeña por Albertina y Efrén, sin embargo siempre supo quien era su madre, misma que falleció hace 5 años víctima de VIH, su padre bilógico murió hace varios años y tiene una hermana mayor que ella.

A pesar del conocimiento de su situación familiar, las personas allegadas a la familia afirman que la adolescente se comportaba con sus padres adoptivos de lo más normal: como toda adolescente llegó a discutir con su madre por teléfono, le iban a regalar un carro y esperaban poder mandarla estudiar a Estados Unidos.

La Fiscalía de Chihuahua busca que los 3 jóvenes sean condenados por homicidio con todas las agravantes de la ley: premeditación, alevosía, ventaja y traición. De acuerdo al Código Penal vigentes el delito puede castigarse con prisión vitalicia, sin embargo, el caso de Ana es especial ya que se trata de una menor de edad.

La Ley Especial de Justicia para Adolescentes Infractores del estado, estipula que la pena máxima a pagar para la menor sería de 15 años de prisión.