Mientras su madre sigue en Ucrania dispuesta a empuñar un arma, Olena recolecta en una iglesia ortodoxa de las afueras de Washington ayuda para su país, que no solo incluye comida y medicinas, sino también material para soldados, como drones o walkie-talkies.
El lema de su camiseta no deja lugar a dudas: “Yo apoyo a Ucrania”. Un respaldo que consiste en empaquetar sin descanso cajas y más cajas en la parroquia de la Catedral de San Nicolás, el único templo ucraniano ortodoxo del área metropolitana de la capital estadounidense.
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“Mi familia decidió no irse a ninguna parte. Incluso mi madre, una mujer de 68 años, dijo ‘dadme un arma y protegeré a mi gente”, explica a Efe una emocionada Lena, quien vive desde hace más de 15 años en Estados Unidos.
Su hermano se encuentra en Kiev y, aunque Olena no puede dar muchos detalles, sugiere que está batallando: “Todo el mundo está haciendo lo que le toca”.
Pensando en ellos, Olena intenta acudir todos los días al centro de acopio instalado en este templo, ubicado en Silver Spring (Maryland), donde se han visto sobrepasados por la solidaridad de los vecinos desde que empezó la invasión rusa de Ucrania el pasado 24 de febrero.
DRONES EN LA IGLESIA...
Hace ya tres semanas que la Catedral de San Nicolás tiene las puertas abiertas durante todo el día para recibir ayuda humanitaria que cada 48 horas se envía a Ucrania a través de dos empresas de transporte. Ya han mandado más de 2.000 cajas.
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El gran salón de la parroquia, de antigua moqueta y lámparas de cristal, ha dejado de ser escenario de bodas y celebraciones para convertirse en un auténtico centro de crisis.
Rápidamente se amontonan nuevas cajas, de las que se asoman todo tipo de útiles: latas de conserva, ibuprofeno, un muñeco de Mickey Mouse e incluso algún drone.
A contra reloj, los voluntarios como Olena los clasifican con cintas de colores. La ropa y productos de higiene van en amarillo, la comida en azul, las medicinas en rojo y la ayuda para soldados en verde.
Cada día, a alguien le toca llevar la cena. Hoyes el turno de Tamara Woroby, presidenta de la parroquia, quien se confiesa perpleja por el ataque ordenado por el presidente ruso, Vladímir Putin.
“Es absolutamente horrible. Es imposible comprender que la mente de una sola persona pueda hacer algo así”, comenta esta mujer de origen ucraniano nacida tras la Segunda Guerra Mundial en Canadá, donde se refugiaron sus padres huyendo de la Unión Soviética.
Después del estallido de la guerra, el centro de acopio nació sin demasiados preparativos en esta iglesia que ya tenía experiencia recolectando ayuda por el conflicto de 2014, en el que Rusia se anexionó Crimea.
“Medicinas, medicinas y medicinas”, responde Tamara al ser preguntada sobre lo que más necesitan los ucranianos.
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Tras una pausa añade: “Y obviamente apoyo militar, que como iglesia no podemos dar, pero rezamos para que el Gobierno de Estados Unidos y la OTAN ayuden militarmente”.
Por lo pronto, la parroquia ha recibido ya varios drones, walkie-talkies, botas, linternas y sacos de dormir dirigidos a los combatientes ucranianos.