Un consejero del Primer Ministro japonés reconoció que harán falta varios meses para detener las fugas radiactivas de la central accidentada de Fukushima, donde los empleados intentaban ayer colmatar una brecha en un foso, causante de la contaminación del mar.
El agua contaminada de Fukushima se está filtrando ya en el océano Pacífico. En la región del noreste de Japón devastada por el sismo y el tsunami del 11 de marzo, unos 25,000 soldados japoneses y estadounidenses siguieron ayer por tercera jornada consecutiva peinando el litoral en busca de víctimas. Por el momento sólo recuperaron 167 cadáveres.
Tres semanas después de la tragedia, el balance aún provisional de la Policía es de 12,009 muertos confirmados y 15,472 desaparecidos, cuyos cadáveres fueron barridos por el agua.
La central Fukushima Daiichi 1, situada al borde del océano Pacífico a unos 250 kilómetros al norte de Tokio, estaba concebida para resistir olas de seis metros, pero no de 14, como fue el caso. El 11 de marzo, sus seis reactores se detuvieron automáticamente, tal como estaba previsto, al producirse la primera sacudida del sismo de magnitud nueve. Sin embargo, el posterior maremoto ahogó los circuitos eléctricos y de refrigeración del combustible nuclear.
Historia
Tres semanas después de haber visto cómo una enorme ola golpeaba la central nuclear de Fukushima, Hiroyuki Kohno regresó al lugar del desastre para unirse a los trabajadores que intentan evitar que se produzca una catastrófica fusión en el reactor. Este controlador de radiaciones de 44 años, que trabajó en la central desde su juventud, aceptó un trabajo que muchos otros han rechazado, consciente de que esta misión podría ser la última de su carrera.
“Para ser honesto, nadie quiere ir”, aseguró Kohno, en el centro de evacuación de la ciudad de Kazo, al norte de Tokio, que ha sido su hogar desde el desastre del 11 de marzo.
“Los niveles de radiación en la planta son increíblemente elevados comparados con los normales. Sé que cuando vaya volveré en condiciones que ya no me permitirán trabajar en una central nuclear”. Kohno abandonó la central en el noreste de Japón poco después de que se produjera el sismo y el tsunami; pero un par de semanas después recibió un correo electrónico que sólo le sorprendió a medias.
“Nos gustaría que venga a trabajar a la central. ¿Puede hacerlo?” decía el texto de su compañía, un subcontratista del operador de Fukushima, Tokyo Electric Power Company. Soltero y sin responsabilidades familiares, Kohno se sintió obligado a aceptar. “Es un trabajo por rotación, cada vez más difícil, y mis colegas tienen familias a las que quieren volver a ver”, explicó. Kohno tiene un padre y una madre, y cuando les contó que retornaba a la central hizo todo lo posible para tranquilizarlos y decirles que el riesgo era pequeño.
Kohno apenas empieza a imaginarse las condiciones que le esperan en Fukushima. Pero los recuerdos que guarda del fatal día del sismo y tsunami son imborrables. Ese día se hallaba en el inmueble de uno de los reactores, cuando todo empezó a temblar. Al principio pensó que alguien le estaba haciendo una broma. Pero cuando todo lo que le rodeaba empezó a estremecerse y a crujir se dio cuenta de que algo muy serio pasaba. “Nunca había escuchado un sonido así en mi vida, y pensé inmediatamente: Esta vez, el terremoto es enorme. Empezamos a oír a la gente gritar: ¡Viene un Tsunami! Desde la bahía vimos grandes olas blancas que se acercaban hacia la costa. Estaba aterrado”, concluyó.