16/11/2025
03:37 PM

'Un carro casi me mata, me dejó sin mi carreta”

Hace 20 años Rosibel Campos comenzó su vida como conductora de carreta. Es una mujer ejemplar y madre de siete hijos que ha tenido en su casa, sólo con la ayuda desu esposo.

    Era de noche y faltaban unos 15 minutos para las siete, salí a traer zacate para darles a los caballos y cuando estaba llegando al desvío de la Rivera Hernández venía un carro a toda velocidad: se fue a estrellar de frente contra mi carreta. Después ya ni me acuerdo qué pasó.... porque perdí el conocimiento.

    Cuando reaccioné, mi pierna estaba golpeada y apenas miraba mi caballo moribundo tirado en el pavimento.

    Desde hace años vivo en la colonia La Pradera, allí todos me conocen como doña Rosa, casi nadie sabe que mi nombre de verdad es Rosibel Campos Henríquez. Acabo de cumplir 39 años y ya llevo 20 trabajando como “carretera”.

    Desde aquella noche mi vida cambió. El accidente fue un viernes hace más de un mes, ya ni recuerdo la fecha. Mi caballo Lucero no se murió porque Dios es grande, pero quedó inútil. Ya no “jala”. Lo tengo recuperándose en un potrero.

    La carreta se me quebró. La verdad no supe quién nos llevó de encuentro porque andaba casi sola y no había nadie que me auxiliara. El tipo que nos atropelló huyó sin siquiera ver si yo estaba viva o muerta.

    Lo que más lamento de ese día es que me quedé sin mi “machete” para trabajar, con lo que ayudo a mi marido a mantener a mi familia.

    Orgullosa de su oficio

    En mi carretera hago todo tipo de viajes. Jalo arena, materiales de construcción, basura y de vez en cuando hago hasta mudanzas. En La Pradera, allí donde vivo, todos me conocen. Soy una mujer luchadora que no amaga al trabajo. La verdad no me veo haciendo otra cosa.

    Necesito un nuevo caballo; pero uno bueno, que me rinda, y lo duro es que no baja de los ocho mil lempiras y nos los tengo.

    Con todo lo que me ha pasado no puedo pensar en cambiar de oficio. En una empresa o en una maquila, lo primero que preguntan son los años y a la edad mía ya no quieren dar trabajo.

    Me gritan y me insultan

    Aunque estaba flaco y medio enfermo, Lucero no me fallaba. Es un caballo que me salió caro. A él lo cambié por una yegua haragana. Con mis esposo César Mejía hemos llegado a tener cinco o seis caballos a la vez; pero el ladronismo que hay nos los ha robado casi todos. Esos bárbaros ni los caballos perdonan. Aquí se roban todo. Los caballos se los llevan para destazarlos y venderlos como carne de res en las pulperías. La gente ni cuenta se da lo que a veces se come.

    Una buena yegua que tenía y que se me había perdido, la encontré destazada cerca del ministerio La Cosecha. Sólo son ciertos pedazos que les quitan. Lo más carnudo. Es más lo que pecan al matar a un animal tan noble.

    Yo recorro en mi carreta toda la ciudad. Ando en Cabañas, Sunseri, La Planeta, Montefresco. Me conozco todos los barrios y colonias, voy a donde me salga trabajo. Con 20 años que tengo de trabajar, mi clientela me llama a mi celular para pedirme fletes.

    Los peores enemigos de los carreteros son los buseros y los taxistas. Son desconsiderados, no dan pasada. Son más amables los rastreros. Cuando vengo cargada en calles como la 27, los conductores de carro me pasan y muchos me han insultado. Con el tiempo que estamos viviendo es mejor no mover la boca. Quieren tratarme como si yo fuera un animal.

    Una vida en la carreta

    En los 80 me vine de Mezapa a San Pedro Sula. Comencé a trabajar en una ferretería de La Satélite. El mercadito El Único era la única ferretería en el sector. Trabajaba como dependienta y así fue que conocí a mi esposo.

    Él ya trabajaba como carretero. Me junté con él y me llevó a vivir a La Pradera. Eran pocas las casas. No había calles, lo único que había era un caminito y todo lo demás era cañeras. Así fue que comencé a trabajar en la carreta. Yo he visto crecer la colonia y ayudé a que muchas casas se construyeran.

    No me costó aprender y nunca sentí miedo. A esa edad yo no conocía el miedo. Un día normal para mí comienza a las cinco de la mañana. Me levantó a atender a los niños, les hago el desayuno y los mando a la escuela. Cuando termino el quehacer salgo a trabajar. Regreso al mediodía a cocinar, luego vuelvo a la faena.

    La vida está cara y con tantas bocas que alimentar, lo que hace solo el marido no ajusta. Me acuesto tipo diez de la noche, no sin antes lavar la ropa sucia del día e ir a traer zacate para los caballos. Tengo dos hijos en el colegio y dos otros en la escuela. Cinco viven conmigo, los otros ya están grandes y tienen su propia familia. En total he tenido siete hijos y los siete los he parido en mi casa. El partero ha sido mi esposo.

    Mucha gente se sorprendía cuando me miraban que andaba trabajando con la gran barriga. La verdad es que con ninguno tuve dietas. Me retiro siempre hasta el último día.

    Cuando ya siento que me van a dar los dolores me voy para la casa y con la ayuda de mi esposo alisto todo. Tampoco ando esperando 40 días de reposo. Con tanto oficio en la casa, me levanto rápido y luego me voy a trabajar.

    Gracias a Dios todos mis hijos han nacido sanos y en ningún parto he tenido problemas. Ellos se cuidan unos con otros mientras su papá y yo andamos trabajando.

    Una vida dificil

    El accidente de hace un mes no es el primero que sufro. Tuve uno cuando tenía 20 días de haber tenido a mi último niño, Maynor Javier que ya tiene ocho años.

    Ese día un bus de la ruta 2 me arrinconó y casi me da vuelta. No me botó porque caí dentro de la carretera; pero si me golpeé, aunque la carreta me salvó. Según me dijo el busero, él no me logró ver y se me fue a “encaramar”. Yo estaba parqueada en medio del bulevar esperando que me cargaran un viaje. Esa vez quedé muy golpeada y fui a dar al Catarino. Creí que estaba fracturada, pero no pasó de hinchárseme la rodilla. Eso pasó hace ocho años, pero todavía siento la lesión al caminar.

    El segundo accidente me pasó cuando andaba sacando arena. Uno la extrae de unos grandes hoyos en las cañeras donde nos la venden. Esa vez me asusté mucho porque casi quedo aterrada en el barranco.

    En esto del fleteo hay mucha competencia. Sólo en la ferretería adonde yo trabajo hay casi 30 carreteros. No es la ley del más fuerte. Por la edad que tengo trabajando me prefiere mi clientela. Saben que soy de agallas y que me gusta trabajar. Confío en Dios que pronto todo volverá a ser como antes.

    “Pedimos que nos dejen trabajar”

    “Yo tenía mis esperanzas cifradas en el alcalde Juan Carlos Zúniga. Sé que es un buen doctor, pero las medidas que ha ordenando como alcalde han venido a perjudicar al carretero. Nosotros que nos ganamos la vida trabajando humildemente”, expone.

    Doña Rosa asegura que la Policía Municipal y los empleados de Parques y Bulevares les impiden trabajar y los quitan de la mediana del bulevar Las Torres. “Entendemos que quieran tener bonita la ciudad y estamos dispuestos a cooperar; pero nosotros no molestamos a nadie con nuestro trabajo, mantenemos limpio, y no es cierto que dañemos la grama de la mediana.

    Es más, en ninguna parte del bulevar que comienza en la Satélite hay grama”, critica. Otro cuestionamiento que hace es el pésimo estado de las calles. Asegura que después de los buseros y los taxistas “manudos”, otra seria amenaza para los que como ella se ganan la vida en una carreta jalada por un caballo, son las calles destruidas. “Yo conozco el estado de la mayoría de calles en el sector Satélite y son una pena. La mayoría de calles de la ciudad están dañadas. La excepción serían las pavimentadas, pero también tienen baches”, señaló y reclamó: “Queremos que nos dejen trabajar”.