Más allá del trajín del hospital, donde no se escuchan los quejidos de los enfermos, Silvia Martínez costura en una máquina eléctrica las batas que muchos pacientes del centro asistencial llevarán puestas cuando sean llevados a enfrentarse con el bisturí.
Frente a la morgue del hospital Mario Rivas está el área de costura y lavandería, donde Silvia Martínez y otros obreros confeccionan y lavan la ropa utilizada en las diferentes salas. No solo visten a los enfermos con la ropa color verde esperanza, también fabrican y lavan los cobertores de las 744 camas que hay en el centro asistencial.
Sola contra el mundo
A los 12 años, Silvia Martínez tuvo que enfrentarse sola a la vida, luego de que sus padres se separaron y la dejaron a la deriva cuando la familia vivía en la comunidad de Olanchito, Yoro.
No sabía la madre que con el tiempo sería su hija quien confeccionaría la bata esterilizada que le pondrían en el hospital para que fuera operada de la vesícula biliar.
La costurera se encargó de hacer las diligencias para que su madre fuera internada en el centro hospitalario cuando llegó buscando asistencia para su problema de salud.
Cerca de la morgue
Hace 15 años la muchacha consiguió empleo como costurera en el hospital, después de haber trabajado por algún tiempo en una maquila frente a una máquina industrial.
Desde entonces no ha dejado un solo día laborable de presentarse a su trabajo, donde con otras dos obreras confeccionan toda la ropa que se usa en el centro asistencial. Solamente el tiempo que estuvo internada para dar a luz a sus dos hijos permaneció ausente de su trabajo.
A las 5:30 de la mañana aborda un bus rapidito para trasladarse desde Cofradía, donde vive, al más grande hospital de la zona noroccidental, donde la espera su máquina de coser.
El aire tibio de tres ventiladores y el incesante ruido de las máquinas Singer no restan tranquilidad a la sala donde las tres mujeres cortan y unen las piezas de tela con el fondo de la música cristiana que surge del radio portátil de Silvia.
Ella dice que es feliz en ese lugar apartado del mundo porque no hay nada que la perturbe. Solamente un aire de muerte suele invadir aquel ambiente cuando son sacados los cadáveres de la morgue para ser entregados a sus familiares o llevados a un cementerio sin nombre cuando no hay quien los reclame.
Hay algunos cuerpos que son solicitados por los estudiantes de medicina para sus prácticas de anatomía.
Su padre la regaló
Silvia pasa de la mesa de corte a la máquina de coser mientras relata retazos de su azarosa niñez en Olanchito. “Fue muy triste, mi papá me regaló a una mujer que dijo que me iba a querer como a su hija y resulta que no quería que estudiara para que le hiciera los oficios de la casa”.
Al fin Silvia la abandonó y decidió buscar a su mamá, pero estuvo poco tiempo con esta porque ya se había casado otra vez y la cipota sentía como que estorbaba.
Su deseo de superación la trajo a San Pedro Sula, donde estudió costura en una academia de corte y confección. Con el título que obtuvo se abrió campo para enfrentarse a la vida y convertirse al final en la modista de los pacientes del Mario Rivas.
El oficio que aprendió le tenía varias sorpresas. Gracias a su trabajo conoció en el hospital al hombre con el que se casó vestida de blanco y corona, con quien tuvo sus más grandes tesoros: sus dos hijos.
él trabajaba también en el centro asistencial cuando se produjo el flechazo que terminó en casamiento.
El trabajo de las costureras y de las lavanderas pasa desapercibido en el centro asistencial, donde lo más importante pareciera es salvar vidas de tanta gente que llega con un pie en el otro lado de la frontera terrenal. Sin embargo, muchos criticones no toman en cuenta que “si no hay ropa no trabaja ni el médico ni la enfermera”, dice Felipa Mejía, quien tiene 26 años de laborar en el área de lavandería.
Allí, decenas de hombres se dedican a lavar y secar en las silenciosas máquinas, las batas que les ponen a los enfermos, mientras que las mujeres las doblan y las llevan bien desinfectadas a las diferentes salas.
“Usamos bactericidas, cloro y detergente en polvo para lavar la ropa que se le pone al paciente en cuanto es internado. Los familiares le quitan la ropa que trae y nosotros le ponemos la del hospital. Algunos mueren con ella puesta”, comenta Weena Lizeth Gonzales, jefa del área de ropería.
Es una regla del hospital que las personas particulares que por alguna razón tienen que entrar a las salas sépticas como las de quemados o neonatos, deben ponerse ropa desinfectada para no contaminar el ambiente.
La madre que va a amamantar el bebé prematuro, debe vestir una bata libre de bacterias, salida del departamento de ropería, considerada la cara limpia del hospital.
La producción de nueva ropa no se detiene porque hay que ir sustituyendo la que se va desgastando por el uso que le dan tantos pacientes. Solamente Silvia fabrica diariamente 50 piezas. Afortunadamente ninguna de esas batas que diseña le ha tocado vestirla porque no se ha enfermado de gravedad desde que realiza su labor.