Los gemelos Rodríguez son dos de los reparadores de calzado que aún subsisten en San Pedro Sula, luchando contra la competencia de los agachones.
“Estamos aquí desde que esta calle era de tierra”, dice Israel, uno de los mellizos, mientras pega una plantilla en su cheje situado frente a la 7 calle del barrio Medina. A la vuelta de la esquina está su hermano Óscar, un chele de ojos azules como él, atendiendo a un cliente que le ha llevado un par de burros para que le haga el milagro de devolverles la imagen que tuvieron en sus años dorados.
Ya no se puede vivir de este oficio, pero no se quejan como otros zapateros remendones. Ahora tienen la competencia de los zapatos de segunda, que mucha gente prefiere comprar en lugar de revivir aquéllos que algún tiempo dieron elegancia a sus pies.
Aún así no les faltan los clientes de todas las categorías. “Hace poco vino un hombre en un carrazo a dejarme estos tres pares de zapatos americanos para que se los ensuele”, comentó.
Mucha gente cree que los dos hermanos no son hondureños por su pinta de gringos, pero son “made in” Santa Bárbara con mucho orgullo, según Israel. De allá vinieron cuando eran niños a vivir en San Pedro Sula, donde aprendieron el oficio. Estos mellizos han tenido vidas tan similares como sus físicos. Fueron juntos a la misma escuela, hicieron el servicio militar al mismo tiempo y ahora a sus 68 años siguen viviendo entre pegamentos, suelas y zapatos gastados.
Eran tremendos en su niñez, su madre no los aguantaba y por eso los metió al Ejército cuando tenían 16 años y aún allí siguieron haciendo diabluras. Aprovechando el enorme parecido de ambos, a la hora del rancho Israel solía comer dos veces haciéndose pasar por su hermano. Cuando este llegaba por su ración, el cocinero le decía: ‘Vos ya ranchaste’.
El desquite de Óscar vino cuando un cabo mandó a la cama a Israel de un culatazo en la clavícula por una de sus faltas. Entonces óscar “dobleteaba” en el comedor porque el cocinero no sabía que el otro gemelo estaba fuera de servicio.
En cuanto salieron del batallón aprendieron el oficio con el que criaron a sus hijos, pero que ahora está en decadencia. Apenas quedan unos 30 artesanos del cuero como ellos en las calles de la ciudad.
Uno de los más viejos en el oficio es Julio César Maradiaga, quien empezó a ensuelar a los 14 años. Ahora tiene 74 .
Maradiaga y los gemelos coinciden en que uno de los trabajos que más hacen es reponer la tapa de los tacones altos para damas. Lo mismo dice Javier Castillo, quien tiene su tallercito en el barrio Guamilito, donde repara hasta tacos de fútbol, tenis y carteras.
Los gemelos agradecen a un tío suyo haberles enseñado a dar los primeros martillazos a la suela, pero sobre todo a su madre por haberlos metido al batallón porque si no lo hubiera hecho, “nos hubiéramos hecho pícaros, no zapateros”.