19/12/2025
04:42 PM

La vieja ciudad vive en la pintura de un médico

El tiempo parece haberse detenido en el lienzo de Jorge Urtega, quien de vez en cuando cambia su gabacha de médico por la de pintor para rescatar con su pincel el viejo rostro de la ciudad.

El tiempo parece haberse detenido en el lienzo de Jorge Urtega, quien de vez en cuando cambia su gabacha de médico por la de pintor para rescatar con su pincel el viejo rostro de la ciudad.

La antigua San Pedro Sula con sus casas de madera, sus patios colmados de árboles frutales y hasta los personajes pintorescos que deambulaban por las calles, quedaron plasmados en los cuadros del artista.

Su colección de pinturas es un testimonio de un pasado del que quedan pocos vestigios: “Mi pintura es una referencia de cómo era la gente de hace unas décadas, de cómo vestían o vivían”, dice Arteaga.

El médico es originario de Perú y cuando llegó por primera vez a San Pedro Sula quedó impresionado por sus casas de madera y decidió trasladarlas a su lienzo antes de que fueran desplazadas por las modernas construcciones.

En su pintura costumbrista ha sabido poner el toque humano, lo cual la hace más atractiva y social.

“La gente que se incorpora a los cuadros es real, no hay nada salido de la imaginación porque todo estaba allí. Lo único que hice fue captarlo con mi cámara y luego convertirlo en pintura”, agrega el galeno del Instituto Hondureño de Seguridad Social, quien además es un fotógrafo profesional.

La mayoría de las viviendas ya no existe, como tampoco algunos de los personajes que aparecían por casualidad en escena cuando él hacía las gráficas para convertirlas en pinturas.

En más de una ocasión tuvo problemas con individuos menesterosos o loquitos, cuando lo sorprendían tomándoles fotografías. “Hasta con cuchillo me amenazaron dos viejitas que siempre andaban pidiendo limosna con dos vasos desechables”, recuerda impresionado.

Primeros pasos

Urteaga hizo su primera exposición como aficionado siendo estudiante allá en su ciudad natal de Lima, Perú.

Su incursión en el arte en forma profesional la hizo en San Pedro Sula a finales de los años ochenta cuando descubrió el misterio que para él representaban las viejas casitas de madera, casi siempre adornadas de plantas y rodeadas de árboles frutales, los cuales nunca antes había visto.

Llegó a Honduras de la mano de la que ahora es su esposa, Olga Efigenia Rivera, a quien conoció en México mientras ambos estudiaban medicina.

Desde entonces, sólo se desligó de la ciudad por su especiazación en endocrinología.

“Comencé tomándoles fotos a las casas para hacer un estudio de lo que era la ciudad, pero de repente se me ocurrió convertir las fotos en pintura. Sólo el primer cuadro lo pintó directamente, fue el de una casita del barrio El Centro que bautizó con el nombre de Topogigios y Pilones, porque tenía un rótulo que anunciaba estas golosinas “Me aposté en la calle, pero no aguantaba el calor ni la gente que comenzó a rodearme”.

Para Urteaga cada casa tenía “una historia que contar”, de acuerdo a lo que había dentro de ella o quienes la habitaban, por eso pintarla no solo era retratar sus detalles sino vivir lo que para él representaban.

En una ocasión le tocó entrar a una de ellas que estaba cerca de la Enee, donde vivía la mujer que le hacía los cobertores de sus camillas.

“Era una casa levantada sobre pilones y en su interior tenía tantas cosas curiosas que me impresionaron”.

Dijo que cuando presentó su primer trabajo en una exposición ganó un segundo lugar. “Eso me estimuló y los cuadros los compró el Banco Atlántida y personas como Jorge Faraj”.

El primer “striptease”

Recuerda que en una ocasión, siendo alcalde Héctor “Tito” Guillén le pidió que le hiciera una pintura de una casita que estaba al principio de la avenida Júnior, pero cuando se la fue a entregar el edil notó que en la vivienda había un stiker de Carlos Flores y le pidió que mejor le hiciera otra pintura.

“Entonces le hice la de una cuartería y al fondo le pinté otra casita que había sido destruida con la autorización de la municipalidad. Fue como una trampita y un reclamo”, dijo.

Urteaga ya no sabe dónde está ahora cada una sus obras. Calcula que ha realizado unas 108 de las cuales recuerda las que para él tuvieron una impresión especial, como la de una cantinita del barrio Concepción, el primer “streap tease” de la ciudad.

“Cuando la pinté ya no se hacían desnudos, pero todavía existía una italiana que había llegado a Honduras en el barco en que trabajaba”.

Tuvo además la oportunidad de pintar la casa donde se comprometieron sus suegros, localizada en el barrio Guamilito.

Aunque solo plasma lo que su lente capta, hizo una excepción y pintó a sus suegros enamorados fuera de la vivienda.

El loco del pantalón roto

Consciente en que la vida y el colorido de la ciudad está en sus personajes típicos, no dejaba de poner su mira en aquéllos que a diario se veían en las calles: el hombre y su familia que tallan cocos o el loquito que siempre andaba semidesnudo sosteniéndose sus pantalones desgarrados.

Nadie sabía porqué aquel hombre no se vestía si todo mundo le obsequiaba ropa. Una vez el propio Urteaga le dio un pantalón y en su presencia lo desgarró antes de ponérselo.

En su consultorio del barrio Suyapa, el médico tiene colgado el cuadro del taller Zambrana, donde Urteaga reparaba sus aparatos.

Una vez el dueño del taller, un ciudadano de origen nicaragüense le pidió: “doctor pinte mi casa”. Así surgió la pintura de la casa de madera atiborrada de piezas viejas y aparatos a medio reparar, con su corredor desvencijado, que más bien parecía un apiladero de desechos.

Cuando el pintor mostró su obra a Nicaragua, el propietario del taller se estaba muriendo de sida.

El cuadro se exhibió en una muestra de la Organización de Estados Americanos, OEA, en Washington. Es su preferido.

Recuerda que por ser muy detallista, en una ocasión tuvo que borrar una leyenda que aparecía en una de sus pinturas que también fue exhibida en la capital norteamericana.

Era la reproducción de una casa que en una de sus paredes mostraba la leyenda “fuera los yankies”, “Vindel vive”, haciendo alusión a uno de los desaparecidos durante la guerra fría. Alguien le sugirió que no era conveniente que eso se viera en tierra del Tío Sam, que se lo quitara, pero el pintor hizo un manchón para que quedara evidencia que allí hubo una inscripción.

Con quien no pudo quedar bien fue con el empresario Emin Abufele, porque no le pudo pintar el cuadro que le pidió, por una imperdonable equivocación. Abufele solicitó a Urteaga que le hiciera una pintura de una casa de Chamelecón donde la dama había nacido.

El doctor quedó fascinado con la vivienda, porque en ella había funcionado la primera estación del ferrocarril y tenía toda una historia por dentro que hablaba de un pasado desconocido.

Emocionado la pintó, pero cuando la suegra de Abufele la vio, dijo: “Está bonita, justamente frente a esta casa nací yo”.