Como viajero, he tenido la suerte de conocer y compartir con ustedes, amables lectores, las grandes riquezas que nuestra tierra nos brinda constantemente. Hoy acaba la Semana Mayor y cientos de historias de romances, aventuras y diversión ocupan nuestros escenarios cercanos.
Pero este día quiero compartir con ustedes una historia diferente. La semana pasada murió en Buenos Aires un gigante de América Latina. Una figura que trascendió las fronteras argentinas para convertirse en símbolo de la democracia, en el símbolo de un pueblo atrapado en los intereses personales de dictadores de una época. Personajes que, protegidos por un uniforme, trastocaron los destinos de una gran nación; una historia que compartimos los pueblos de Latinoamérica.
Raúl Ricardo Alfonsín fue el ex presidente argentino que tuvo la gloria de devolver la democracia a su nación y aunque su periodo estuvo lleno de sinsabores y obstáculos, el pueblo siempre lo agradeció.
Fue una época difícil e incierta la que tuvo que afrontar. Eran las tristemente célebres 'décadas perdidas' de la historia contemporánea latinoamericana. Militares y desaparecidos; manifestaciones y casas de seguridad. Folletos clandestinos y ayudas extranjeras que se transformaron en mansiones. Apellidos que se volvieron famosos; unos por hacerse los vivos con el dinero del pueblo y otros por dejar de estar vivos.
Consciente de las enormes divisiones sociales que afrontaba el país, producto de los años de las dictaduras, se propuso unificarlo, reordenando el papel de las Fuerzas Armadas, subordinándolas al poder civil, reduciendo su presupuesto y reestructurando el Ministerio de Defensa. Fue incluso más allá al juzgar a los comandantes de las juntas militares por los delitos de homicidio, privación de la libertad y torturas. Fue un precedente histórico en América Latina, donde los golpes de Estado siempre habían quedado impunes.
También fue precursor de la reestructuración de los grandes sindicatos que controlaban la nación y del Mercosur, un abierto espacio económico entre países de la zona, un tratado pionero que ahora todos copiamos de alguna manera.
Además terminó con la censura cultural y apoyó el resurgimiento de las bellas artes argentinas, una de las expresiones culturales más importantes del mundo.
Todo esto lo aprendí la semana pasada en Buenos Aires. Llegué gracias a una invitación de la Embajada de Honduras en aquel bello país. Junto a Guillermo Anderson, Mónica Sevilla, Mandy Bermúdez y muchas personas más, tratamos de llevar un rinconcito de Honduras al corazón de Argentina. Un viaje para promover el turismo y el intercambio comercial entre ambas naciones.
Como viajeros, tratamos de poner el nombre de nuestra patria en alto y, al mismo tiempo, aprender nuevas formas de ver el mundo. Muchos eventos acontecieron en Argentina durante esa semana. En fútbol, el cuatro a cero sobre Venezuela y el 6 a 1 contra Bolivia. Pero de todos los eventos que me tocó presenciar jamás olvidaré el homenaje póstumo que le brindó, espontáneamente, el pueblo argentino al ex presidente que se convirtió en símbolo de la democracia.
Esta lección ha quedado grabada en mi corazón y en la fe por la democracia y la honestidad de aquellos que realmente sirven a la patria.
Una lección que debo compartir porque pocas veces uno es testigo del final de un hombre público honrado; pocas veces ve uno la muerte de un gigante.