Es una tierra de tradiciones y leyendas donde el Duende encanta a las quinceañeras con sus artificios; pero también es un lugar de gente amante del trabajo capaz de convertir el barro y las hojas del pino en vasijas, cestas y toda clase de adornos.
Arrullada por la cordillera de Celaque, La Campa, en el departamento de Lempira, es como un enorme centro artesanal de descendientes lencas que hechiza a los visitantes por su colorido y las costumbres que los pobladores luchan por conservar.
Este poblado está ubicado unos 16 kilómetros al sur de Gracias. Según la historia, este municipio se llamó en su origen, posiblemente prehispánico, pero también colonial, Tecauxina, que significa agua de caña.
Su atractivo quedó evidenciado cuando el jueves anterior su iglesia San Matías, construida en el siglo XVII, fue declarada por el Gobierno una de las treinta maravillas de Honduras. El encanto de la naturaleza y la humildad de sus pobladores hacen de La Campa un lugar perfecto para huir de la complicada vida urbana.
Una comarca donde las mujeres lucen vestidos multicolores y sus compañeros cubren su frente bajo el ala de sombreros de junco que ellos mismos elaboran. La calle que va directo al centro se abre paso entre casitas hechas de barro con techos de teja que los años han respetado. La belleza cultural que esconde este pequeño poblado, atrapado en un nicho de montañas, es un maravilla que ningunos ojos pueden dejar de admirar. Aquí los más pequeños y los más grandes trabajan en talleres domésticos que son patrimonio familiar. El arte es un don que va pasando de una a otra generación.
Motivado por tantos atractivos, el presidente de la Cámara Nacional de Turismo, Juan Bendeck, organizó recientemente la primera caravana de identidad nacional que se convirtió en una fiesta histórica que disfrutaron pobladores y visitantes.