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Ha visto pacientes con inflamaciones porque se inyectaron aceite en la cara

  • 24 noviembre 2018 /

Al jefe del departamento de Dermatología del hospital Mario Rivas, Cándido Mejía,
los pacientes le regalan cerdos, gallinas y patos por la forma cómo los trata.

    San Pedro Sula, Honduras.

    A los ocho años de edad, Cándido Mejía Padilla ya curaba, con su botiquín infantil, las mascotas de los vecinos de la colonia Los ángeles de Tegucigalpa en donde creció.

    Lo de médico lo traía en la sangre: nació del vientre de una enfermera y su padre fue el médico capitalino, Cándido Mejía Castro, el primero en hacer una cirugía de corazón abierto en Centroamérica.

    De su padre heredó, además, su vocación de servicio. El cipote fue testigo de aquel viaje que hizo su papá a la frontera con El Salvador en 1969 para socorrer a los heridos en la llamada “guerra del fútbol”.

    Con su esposa Lucía y sus gemelos.

    En ese tiempo el pequeño Cándido vivió momentos de terror debido a que el aeropuerto Toncontín, cerca de su casa, era uno de los blancos del ejército salvadoreño. “Nos llevaban a un refugio en la montaña por temor a que el aeropuerto fuera bombardeado”, recordó.

    Como especialista en Dermatología ha demostrado amor a la profesión y a sus pacientes. A veces tiene que trabajar fuera de su horario normal en el hospital Mario Rivas para poder cubrir la gran demanda de atención en ese centro de asistencia pública. Agradecidos, los pacientes le llevan cerdos, gallinas y patos al hospital. Algunos creen que es extranjero por su acento brasileño, pero “la verdad es que se me pegó el portugués mientras estudiaba en la Universidad de Sao Paulo”.

    Allí se graduó de médico, hizo tres años de internado, tres de especialidad en Dermatología y uno de Cosmeatría. “También aprendí a bailar samba”, dice sonriente.

    Los conocimientos de su especialidad los ha puesto en práctica en su propio físico: luce un mechón en la frente que le trasplantó un colega suyo para restaurar su cabello caído, lo mismo que un rostro terso a sus 57 años de edad.

    El consultorio de su clínica privada está tapizado de diplomas y reconocimientos.

    “La piel se envejece por exceso de sol, cigarrillo y alcohol. Hay que comer muchas frutas y verduras y de vez en cuando tomar una copa de vino tinto”, aconseja.

    Algunos pacientes acuden a su consultorio privado porque quieren volver a tener uniformidad y suavidad en la piel y eliminar líneas de expresión.

    Asimismo llegan personas con severas inflamaciones porque se inyectaron aceites en la cara o sustancias no absorbibles. Mencionó el caso de una abogada a la que le hicieron rellenos cosméticos inyectables en una clínica de estética. Como consecuencia tuvo una reacción inflamatoria crónica.

    El dermatólogo se casó en segundas nupcias con la administradora de su clínica Lucía Villafranca, de 35 años, quien ya le dio gemelos. “Ella es muy bonita y humilde”.