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Cuando su canto con sabor a Honduras vibraba más fuerte en todos los ámbitos, la vida se le fue escapando por donde se anidaba el jilguero de su voz. A Guillermo Anderson (de 54 años) no le alcanzó el aliento para seguir cantándole a su país, como no le alcanzó el corazón para amarlo.
No perdió el entusiasmo ni cuando se dio cuenta que le estaba fallando su voz, fiel acompañante en los escenarios del mundo por los que paseaba su arte. Tras aquel fatal diagnóstico dispuso seguir luchando por la vida y, a falta de voz, grabar música instrumental, pero su creciente decaimiento físico se lo impidió, recordó su amigo y guitarrista Max Urso. Él lo fue a ver a su lecho de enfermo, pero ya el cantante no reaccionaba; aunque él cree que estaba consciente de lo que pasaba a su alrededor. “Yo le di palabras de aliento, él no me contestó, pero creo que me entendió”.
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" Solo se retiraba de La Ceiba por sus giras artísticas que lo llevaron desde Estados Unidos a Argentina, de España a Holanda o Alemania, de Taiwán a Japón, y a cualquier rincón del país.
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El cantautor creció con el sonido de la guitarra, los tambores y el caracol vibrándole cerca de los oídos, pues siendo niño vivía a la par de un centro de bailes de los garífunas en La Ceiba. Parte de su juventud la dedicó a convivir con estos afrodescendientes en sus comunidades para conocer más de su cultura, por eso su música tiene mucho de ese ritmo con sabor a playa y mar. “Supo mezclar la riqueza de la tradición garífuna con los ritmos occidentales, como el bolero y el jazz, por eso tuvo tanto éxito fuera del país”, dijo Urso que también era su arreglista. Su estilo es una mezcla de ritmos tropicales, percusiones garífunas con música contemporánea.
Urso recuerda que el primer CD con la melodía Costa y calor lo grabó Anderson en Italia en 1994 cuando recién ellos se habían asociado. “Me había impactado su música, por eso lo motivé para que grabara con orquesta en la disquera para la cual yo trabajaba”.
Este disco le abrió las puertas al mercado internacional porque fue grabado con mejores recursos técnicos, después que en Honduras su música se guardaba solo en casetes.
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Guillermo amaba la naturaleza y sabía mucho de las especies animales, le gustaba caminar por la playa o ir a divagarse por las riberas del río Cangrejal. El mar con sus gaviotas heridas y toda la belleza que su entorno ofrece fueron sus principales fuentes de inspiración para componer. Cantaba también a la gente de tierra adentro de un país que tiene “la fuerza en el arado y el alma en el bullicio del mercado”. Exaltaba con vehemencia la belleza de su país, a veces afrontando problemas sociales, pero también temas íntimos y personales.
El encarguito, el tema que más popularizó en el ámbito nacional, retrata alegremente al hondureño que lleva en sus maletas todas las comidas catrachas que manda la gente a sus familiares que viven en Estados Unidos, desde una pelota de cuajada hasta una sopa de jutes.
Sus giras por diferentes países del mundo eran exitosas. “Nunca tuvimos una mala noche, aun en los países que no hablan español como Japón”. Guillermo los impresionaba con el ritmo garífuna, las típicas vestimentas y su magnífico manejo de escenario.
Su “país de guamil y sol ardiente” lo despide ahora sin los acordes de su guitarra que se encuentra colgada para siempre, mientras en las playas suena lastimera la voz del caracol.
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