22/04/2024
12:46 AM

En la Barra de Chamelecón, entre la leche y los pescados

Los pobladores se las ingenian para ganarse la vida en este recóndito lugar del Mar Caribe, desempeñando dualidad de funciones para llevar el sostén a los hogares.

San Pedro Sula, Honduras

Con sus armas de batalla: el trasmallo, anzuelo, atarraya y cuchillo, un grupo de pescadores espera que la luz de la aurora les indique el momento para salir a trabajar.

Desde las tres de la mañana varios de ellos, con edades de 18 a 40 años, deciden tomar sus balsas y lanchas para penetrar el impetuoso mar.

Se alumbran solo con la luna y las miles de estrellas que terminan siendo sus cómplices. Son tercos y perseverantes a la vez, permanecen quietos a oscuras frente al océano aún en medio de cualquier tormenta para dejar que sus objetivos lleguen desprevenidos.

El sentido de su vida está a las orillas del Atlántico, remar contra la corriente es una antesala a su espectacular lucha por atrapar al más grande animal marino de las profundidades.

Los pescadores de la Barra de Chamelecón son ejemplo de superación y espíritu de trabajo. A pesar de las inclemencias y abandono a las que deben someterse a diario junto con su comunidad, muestran su coraje para salir adelante. Esto es una pequeña mirada en la vida de los grandes amantes del océano y convivir con ellos 24 horas, donde de pescadores pasan a ganaderos y viceversa para ganarse la vida, es digno de admirar.

Estilo de vida

“En la Barra del Chamelecón nadie se puede morir de hambre y si eso sucediera es porque el infortunado era forastero y nadie le enseñó a pescar u ordeñar el ganado”.

Esa es la filosofía de los varones de esta pequeña aldea remota ubicada al otro lado del río Chamelecón al este de Puerto Cortés, atravesando la comunidad garífuna de Bajamar. Allí, sus pobladores llevan en sus rostros bronceados y sus manos cicatrizadas y con callos las marcas del mar. Cada uno, desde muy pequeño adquiere las habilidades para sobrevivir.

La pesca y la cría de ganado son sus mejores formas de trabajo y por tal razón son considerados de los mejores en la realización de tales técnicas en Honduras.

Su ambiente es diferente al de la mayoría de la población hondureña. No tienen luz eléctrica y dependen del abastecimiento de los productos del otro lado del río que deben cruzar al menos cinco veces al día. Quienes no pescan están despiertos desde las cinco de la mañana cuando comienza a salir el sol. Apenas unos cuantos paneles solares les dan energía para ver televisión y escuchar radio. Realmente no son indispensables. Casi la mayoría del tiempo los marinos están cerca del agua dulce o salada y las mujeres en los quehaceres de la casa pendientes de sus hijos.

Los ancianos en este sector relatan con pesar los buenos años que vivían en su juventud. Aseguran que los peces de gran tamaño eran suficientes para comer, saciarce y también salir a la ciudad a venderlos con éxito. El salmón, abadejo, arenque, atún, bagre, boquerón, tilapia y sardina nunca dejaban de ser atrapados. Todo cambió hace más de 15 años cuando dos empresas textileras llegaron a La Lima y arrojan sus químicos a las orillas del río, afectándolos directamente. No obstante, siguen su vida, deseando que esto algún día llegue a mejorar a pesar que los gobiernos los ignoran.

Desde las ocho de la mañana, luego de salir del mar y regresar de unos 500 metros adentro, van a sus establos a realizar su segunda forma de trabajo.

La mayoría de las familias del sector crían hasta 40 cabezas de ganado vacuno para poder utilizar su leche y venderla a los productores de lácteos.

Los dueños de las vacas usualmente contratan a personal joven de la comunidad para ordeñarlas. Incluso los más pequeños ya dominan la habilidad.

Como es el caso de Wesley Coleman junior. Con tan solo 12 años, ya anda a caballo con su hermano menor y ayuda a su padre, cuyo nombre es el mismo, a ordeñar el ganado.

No le resulta intimidante amarrar las patas traseras de las vacas que son mucho más grandes, mucho menos a sus terneros hambrientos.

“Me tardo 15 minutos en ordeñarla”, dice el menor en plena faena y admirado por su padre que observa de lejos.

Cuando son las diez de la mañana preparan la leche en varios recipientes y los mandan en lancha al otro lado del río, allá los venden y otro grupo de trabajadores la corvierten en mantequilla y quesillo para vender en la ciudad a precios generalmente accesibles.Mantener los establos es para ellos cada vez más caro. La contaminación del río les obliga a gastar dinero en desparasitantes para prevenir mortandades que en el pasado se han dado.

A las once de la mañana, cuando los niños de la escuela Mario Enrique Prieto regresan a casa para almorzar, su directora, Sindy Sirú, va por la merienda, al otro lado del río.

Se encuentra con otro grupo de pobladores de la barra que trabaja en la ciudad o en otras actividades en zonas cercanas. Muchos almuerzan en la orilla del río y otros agarran balsas y se van a casa inmediatamente.

Luego del mediodía se observan pescadores en el mar y en el río, con camisas con mangas largas y sombreros de junco para evitar la tortura de la alta temperatura.

Con la marea alta y las olas embravecidas, común en marzo e inicios de abril, es muy poco probable salir con éxito. Sin embargo, se atreven y muchas veces regresan con las manos llenas.

A esas horas, el anzuelo en caña de pescar es eficiente, solamente hay que tener paciencia. Varios de ellos hacen uso de la atarraya, esa red circular les permite atrapar peces escurridizos aunque si lo hacen en el río vendrán acompañados de basura.

El trasmallo es una red horizontal utilizada con frecuencia en el mar y cuya técnica para atraer peces es casi un don de los pescadores de la zona. Antes del atardecer, a las cuatro de la tarde, la tiran a unos 15 metros de profundidad y regresan dos horas después a buscar su mercancía. “Regresamos en la noche porque salen más rápido los peces”, relató Francisco Amaya, un pescador de 39 años que buscaba la comida del día siguiente.

Amaya asegura que en estos tiempos la pesca ya no da para salir adelante –¿Porqué? –Sí, por la contaminación del río.

“Desde que echan ese químico al agua los peces se van, y los que no logran salir terminan flotando en el agua, en estos meses se ven en gran masa flotando”, comentó el experimentado pescador.

Muchas historias corren por su mente al preguntarle por la pesca. Mientras recoge los pescados de la arena tras regresar el trasmallo a la superficie en plena oscuridad, relata que “allá dentro” en el mar, la vida es nada. “Estamos acostumbrados a correr el riesgo de perder la vida, hemos visto de cerca la muerte”, dice mientras toma los peces y les corta las espinas grandes.

Lo que asegura con jocosidad que nunca ha visto son las sirenas. “Aquí solo salen tiburones”, dice seguido de una carcajada.

Normalmente, los habitantes de la barra descansan desde las ocho de la noche.

Hace poco recibieron la noticia que la alcaldía de Puerto Cortés les llevará energía eléctrica, pero la pregunta que siempre le hace a las autoridades y de la que nunca obtienen respuesta es: ¿También nos van a limpiar el río?