Los seis muchachos se subieron a un carro nuevo. Federico, su dueño, estaba orgulloso del regalo que le habían hecho sus padres el día de su cumpleaños. Había invitado a sus cinco amigos, con los que se llevaba bien en el colegio:
-Prepárense, jodidos, que hoy vamos para San Lorenzo a comer curiles y cascos de burro para agarrar fuerza. En el camino vamos a comprar un litro de guaro y refrescos para ir chupando por poquitos.
Los amigos de Lico lo aplaudieron.
Antes de llegar a Pespire estacionaron el vehículo a orillas de la carretera para bañarse en las frescas aguas del río en un lugar llamado El Rebelde, de una hielera sacaron refrescos y de una canasta varios emparedados. De nuevo emprendieron la marcha hasta llegar a la recta de Jícaro Galán, iban entonando canciones de moda y tomándose sus traguitos de aguardiente. Llegaron a San Lorenzo como a la una de la tarde, estacionaron el vehículo frente al hotel Marino, ahí pidieron una sopa de pescado y posteriormente se trasladaron donde una señora que ya los conocía y que se dedicaba a la venta de curiles, cascos y huevo de tortuga.
-Ajá doña -dijo Lico-, ¿por casualidad usted no sabe dónde puedo encontrar al diablo por estos lados?
-Uyy muchacho, qué preguntas las suyas, eso no se hace, no juegue con eso.
Los muchachos rieron a carcajadas, uno de ellos calmó las cosas:
-No le haga caso a Lico que está chiflado, debe ser porque cumplió años hace poco.
Los seis amigos se deleitaron comiendo curiles y tomando huevos de tortuga con salsa, limón, chile; para ellos era un verdadero manjar.
Luego anduvieron dando sus vueltas por el puerto, visitaron a algunos amigos, estuvieron en el mercado comprando varias libras de pescado que metieron en una hielera. Don Antonio, un viejo vendedor de mariscos, les dio buenos precios:
-Ya días que no venían por aquí, ¿verdad Lico?
-Así es don Toño, ahora vamos a venir seguido porque ya tengo carro, me lo regalo mi mamá de cumpleaños.
-Mmm, qué bueno -dijo el viejo-, es un buen regalo.
-Yo quiero hacerle una pregunta don Toño, ¿no sabe dónde sale el diablo por estos lugares?
Don Toño lanzó una carcajada:
-Qué pregunta, Lico. Pues yo he oído decir que el diablo sale en la recta de Jícaro Galán, en unos potreros que están antes de llegar a una gasolinera. ¿Para qué quiere ver al diablo?
Con una sonrisa Lico respondió: Solo para saludarlo.
Cuando la tarde caía y sobre las aguas del mar se dibujaba un atardecer maravilloso en el que prevalecían los colores naranja, amarillo y azul, Lico le dijo a sus amigos que era hora de regresar. Aún conservaban bastante licor en el litro de guaro que habían comprado, se tomaron un trago cada uno y emprendieron la marcha sin dejar de contemplar aquel extraordinario atardecer, un hermoso regalo de Dios.
Regresaban despacio entonando sus canciones favoritas, hablando de novias, de los compañeros y de los maestros.
Al llegar a la comunidad de Jícaro Galán se estacionaron frente a una cantina:
-¿No quieren una cervecita? -preguntó Lico-. Nos caería bien para el calor.
Los muchachos gritaron de alegría y se bajaron del auto eufóricos, pidiendo seis cervezas en la cantina y marcaron varias melodías en una rocola, luego pidieron otra tanda de cervezas.
Lico le preguntó al cantinero:
-Dígame señor, ¿es verdad que por aquí sale el diablo?
El hombre, encogiéndose de hombros, contestó: Dicen que lo han visto por esos potreros que están adelante, por eso cuando se vayan encomiéndese a Dios.
Los muchachos se miraron unos con otros, aquel hombre estaba muy serio, sus palabras sonaron determinantes.
Después de haberse tomado seis cervezas cada uno emprendieron el viaje, todos iban callados mirando los potreros iluminados por la luna.
-Verdad que ese cantinero jodido los puso nerviosos, no se oye ni una mosca, jajajaja, pero más nerviosos se van a poner ahora que me salga del carro para saludar al diablo. Lico abandonó el vehículo, pasó por un alambre de púas y se metió a un inmenso potrero. Los amigos, temerosos por la oscuridad, no se movieron de sus asientos.
-¡Diablo, diablo! ¿Dónde estás?
A lo lejos se escuchaban los gritos de Lico, luego una risa diabólica y una carcajada que resonó en aquellos llanos, después... silencio absoluto. Llegó la madrugada y Lico no regresó, autoridades civiles y militares lo buscaron inútilmente. Nunca más volvieron a saber de él.
Vecinos de la zona sur que se han detenido en la recta de Jicaro Galán han escuchado aterrorizados aquellos gritos, ¡Diablo, diablooooooo!, ¿dónde estás?, luego una carcajada que llena de miedo a quienes la escuchan.
Dicen que la gente que pasa por la recta a medianoche se encomienda a Dios buscando la protección divina para que los salve de los demonios que ahí habitan.