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Devociones en aserrín

  • 23 abril 2011 /

Cuenta la leyenda que los árabes comenzaron esta tradición y que los españoles la trajeron a América como parte del bagaje cultural que nos heredarían.

Cuenta la leyenda que los árabes comenzaron esta tradición y que los españoles la trajeron a América como parte del bagaje cultural que nos heredarían. Sea cual sea su verdadero origen, las alfombras que nos recuerdan la pasión y muerte de Cristo son una de las expresiones populares más coloridas y antiguas de Mesoamérica.

La tradición de las alfombras viene desde mucho tiempo atrás en otros países centroamericanos. Rubén Darío, el gran poeta nicaragüense, nos habla de ellas a lo largo de la calle Real de León, en el tiempo de Pascua, a finales del siglo X1X. Y ni se diga de las de El Salvador y mucho menos las de Antigua Guatemala.

Hechas con flores, telas y, actualmente, con aserrín teñido, las alfombras del Viernes Santo nos recuerdan pasajes significativos de la vida y muerte de Jesucristo. En Honduras, Comayagua ha mantenido viva la tradición muchísimos años (la primera alfombra de aserrín fue hecha en 1962 por doña Miriam Elvira Mejía) y Tegucigalpa retomó la tradición hace 18 años bajo la batuta del recordado Juan Manuel Posse y acompañado por Ana María Durón, Bonnie de García, Leticia de Oyuela y un puñado más de valientes ciudadanos preocupados por devolver a la capital su esplendor.

Este año, a finales de febrero (como todos los años), la Municipalidad del Distrito Central, en conjunto con el Museo del Hombre Hondureño y la Iglesia Católica, comenzó el largo proceso de organización del evento. Un trabajo que casi echó a perder la lluvia torrencial que azotó a la capital el miércoles y jueves antes del gran día.

Habiendo destruido el agua una buena parte de las alfombras ya hechas sobre la avenida Cervantes, los cientos de voluntarios se reagruparon para comenzar de nuevo, a pesar de contar con muy pocas horas.

Contra viento y marea, a las cuatro de la tarde del Viernes Santo, bellas alfombras quedaron listas para el paso del Santo Entierro en su camino a la iglesia de El Calvario. Y como todos los años, miles de capitalinos y turistas se agolparon sobre las aceras para ver el colorido esfuerzo de toda una congregación.

Las alfombras de aserrín de Tegucigalpa y Comayagua representan la pasión religiosa de una congregación; ciertamente, hay personas que no asisten a ellas por practicar otras religiones. Y eso es válido. Pero también es válido reconocer que, más allá del significado religioso, las alfombras son parte de nuestras tradiciones que nos identifican como hondureños.

Sólo se hacen una vez al año y vale la pena admirarlas y aplaudir el trabajo honesto, gratuito y arduo que hacen los voluntarios, la mayoría jóvenes. El próximo año, otras ciudades del país se sumarán a las que ya lo practican y Honduras se vestirá de colores para celebrar, de otra manera, la Semana Santa. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios…