27/04/2024
07:29 AM

Claudia Tovar: 'Sin haberme visto me dicen: profesora linda”

Desde hace diez años, la maestra originaria de La Ceiba, muestra a sus pequeños alumnos el mundo que no pueden ver.

El espíritu alegre de la profesora Claudia Tovar se nubló cuando recibió aquella llamada a las once de la noche: “venga por el niño mañana porque yo no estoy dispuesta a tener un alumno ciego en mi clase”.

La voz al otro lado de la línea se refería al pequeño Walter Reyes a quien la profesora Tovar estaba tratando de matricular en una escuela regular, porque ya había terminado su educación preescolar en la Escuela para Ciegos Luis Braille.

Ese día había convencido al director de una escuela pública para que admitiera a Walter con el compromiso de que ella seguiría ayudándole como maestra especializada en estimulación temprana y educación especial.

La profesora a quien designó el director para hacerse cargo del niño lo aceptó con desagrado, pero luego se arrepintió y fue cuando llamó a la profesora Tovar para comunicarle que prefería abandonar las clases, a tener que lidiar con un alumno invidente. Finalmente, Walter fue matriculado en esa escuela bajo la responsabilidad de otra educadora y resultó ser uno de los alumnos más sobresalientes al extremo que terminó el sexto grado con honores.

Cariño y rigor

En los diez años que tiene de desempeñarse como maestra y directora del Jardín de Niños de la Escuela para Ciegos, la profesora Claudia Tovar ha enseñado a cientos de niños no sólo el sistema de lectura y escritura Braille, sino también “a ver la vida con el corazón”.

Con la ayuda de su asistente Karla Amaya, una joven con baja visión, muestra a sus pequeños el mundo que no pueden ver, mientras se divierte bailando y jugando con ellos, sin dejar de poner orden con rigor. “El hecho que tengan condiciones especiales, no significa que se les va a permitir todo pues entonces se sentirían diferentes”, dice la mentora, quien se graduó en la Escuela Normal de Tela y se especializó en México.

Parece una Blanca Nieves moderna por su estatura de 1.72 metros y sus permanentes tacones, cuando se mueve haciendo bailar y cantar a los pequeños que la palpan para sentir el vaivén de su cuerpo. No es por antojo que palmotea cuando indica a sus alumnos que la sigan o que se sienten dentro de los aros colocados en el piso.

Es para que se ubiquen, explica.

“Sin haberme visto me dicen: qué linda es usted profesora. También perciben mi perfume o saben qué zapatos ando por el sonido de los tacones”, dice.

Eso aumenta el entusiasmo en la maestra como también la entristece ver casos de niños que nacieron sin ojos o que además de la ceguera padecen de autismo o de otras deficiencias. No obstante, trata de mostrar solamente su rostro alegre frente a sus alumnos para contagiarles únicamente optimismo y entusiasmo.


Vocación heredada

El pasado Día del Niño, la profesora fue visitada en la escuela por su ex alumno Fabricio Rodríguez, quien empezó en la Luis Braille cuando solamente tenía año y medio; ahora estudia en la escuela de locución Primero de Diciembre.

La profesora no concebía como aquel bebé tan sano y tan bello con una madre igualmente bonita tuviera ceguera total. Fue con este pequeño con el que comenzó a poner en práctica el programa de Estimulación Temprana con tan buenos resultados que el niño logró terminar en esa escuela su educación primaria.

Fabricio, quien ahora tiene doce años, sonríe cuando la maestra comenta que le pedía chiche en los momentos en que ella trataba de estimular sus otros sentidos.

Algunas amigas de la profesora Tovar se sorprenden porque la ven trabajando como maestra, teniendo un esposo que es cirujano de mucha reputación en San Pedro Sula que le puede dar lo que necesita para que se dedique sólo al hogar.

No dejan de tener razón, porque lo que le paga el gobierno no da para mucho. A veces su esposo tiene que darle hasta para la gasolina a fin de que pueda trasladarse a su centro de trabajo.

Lo que no saben las amigas de Claudia es que lo suyo es una vocación heredada de su abuela y su madre, pero sobre todo su trabajo significa la satisfacción de ver felices a esos niños que son como sus otros hijos. “No cambiaría la educación regular por la especializada, amo lo que hago, si volviera a nacer me dedicaría a lo mismo”, dice.
Para ella sería un pecado dejar de asistir a clases por participar en una marcha de protesta, sabiendo que la están esperando sus niños ciegos.

Lamentó que haya madres que no ponen a sus hijos invidentes a estudiar porque creen que por su condición no van a aprender nada. No se dan cuenta que basta con despertar sus potencialidades dormidas para que puedan convertirse en un profesional o un ciudadano útil.

Comentó que “no son extraterrestres” como creyó la maestra que no quiso tener entre sus alumnos al pequeño Walter, quien ahora estudia en el Instituto José Trinidad Reyes donde ha demostrado que lo que le falta de luz en su visión lo tiene en su inteligencia.