Ni un alma y cientos de huellas rojas diseminadas en todas direcciones sobre el embaldosado de la central nuclear.
Aquel cuadro espectral de pisadas ensangrentadas sobre fondo blanco aún taladra la mente del ex jefe de turbinas de la central de Chernobil, Yuri Andreyev, que no puede olvidar esa primera imagen grabada en su memoria el 26 de abril de 1986, cuando entró a la central tras la explosión de uno de sus cuatro reactores.
“Para quitar la radiactividad de los zapatos, teníamos cubiletes llenos de permanganato de potasio, que es de color rojo.Por eso los corredores de la planta estaban cubiertos de pisadas”, explica.
Cuando entró en la central, Yuri ya sabía que algunos compañeros habían muerto por la explosión o se debatían con el rostro hinchado, presas de espasmos horribles en el hospital de la ciudad.
La sugestión de aquel rojo sobre blanco hizo el resto.
Unas horas antes de meterse en la boca del lobo, Yuri paseaba con su hija menor, de dos años, que aprendía a montar en bicicleta en un parquecito de Pripiat, la ciudad donde vivían los operarios que hoy se levanta siniestra y fosilizada, con vocación de parque temático para turistas dispuestos a pagar 200 euros por la excursión.
A sus 35 años, Yuri disfrutaba de su día libre.
Cuando quiso salir a tomar el aire, el diablo ya lo había fumigado con 200 toneladas de radionucleidos invisibles.
La explosión sobrevino de madrugada, pero casi nadie se percató y la mayoría hizo colas en las tiendas y paseó a sus bebés a la mañana siguiente.
Sorpresa
Cuando las autoridades soviéticas quisieron reaccionar, el yodo radiactivo ya les había mordido a todos en el cuello, desatando una epidemia de cáncer de tiroides infantil en al menos cuatro mil de aquellos niños.
La población fue evacuada en autobuses al día siguiente.
“Vi que una columna de humo gris se elevaba sobre el cuarto bloque y me sobresalté al ver que literalmente no existía la sala central. Comprendí que algo terrible había ocurrido, cogí a la niña en un brazo y la bicicleta en otro y salí corriendo hacia mi casa”, explica. Le dije a mi mujer que no saliera.
Minutos después de la tragedia, él y otros tres ingenieros fueron enviados al segundo bloque de la central, donde lograron evitar una fatal réplica del terremoto nuclear de Chernobil.
“Lo primero que hicimos fue desconectar la alarma que avisaba del peligro de radiación porque su sonido nos volvía locos”, recuerda.
La situación llegó a ser crítica cuando el agua que abastecía al reactor siniestrado empezó a inundar los sótanos de los reactores 1 y 2, lo que provocó un cortocircuito que dejó al segundo reactor sin alimentación eléctrica de reserva.
Foto de archivo de una máscara de gas y unas camas de un jardín de infancia en Pripyat.
Durante aquel infierno de varias horas, en las que sujetó las riendas de aquel caballo apocalíptico desbocado, Yuri sólo tuvo un pensamiento en mente: “Mi familia está a kilómetro y medio de aquí y yo puedo saltar por los aires con esta central en cualquier momento”.
Cuando habla de la tragedia de Chernobil, Yuri lo hace refiriéndose a ella como “la guerra”.
Veinte años después, este ex ingeniero de turbinas dirige la principal asociación de víctimas de la tragedia, Unión de Chernobil Ucrania, donde prosigue su otra batalla: conseguir que el Estado de ayudas a los chernobilstsi, víctimas de la catástrofe, entre ellas decenas de miles de liquidadores -bomberos, soldados y voluntarios-.
La población adulta e infantil de las regiones afectadas quedó marcada.
La presión de Unión de Chernobil sobre el gobierno de Kiev ha logrado aumentar en dos las pensiones mínimas por invalidez hasta las 500 grivnas -unos 120 dólares-.
El cuadro clínico de Yuri es un buen ejemplo del vía crucis de un liquidador: en 1991, le extirparon sendos tumores de las cuerdas vocales -operación cuya única secuela es hoy una voz quebrada-, sufre encefalopatía, espasmos y desmayos.
“Entre los chernobilstsi el porcentaje de suicidios es muy elevado”, explica el líder de la asociación, cuya mayor alegría es hoy Mijail, su nieto de dos años.
Nació sano.
Cifras
560,000
Personas
Han muerto en Ucrania, Rusia y Bielorrusia a causa del desastre nuclear.
4,000
Muertes
Futuras habrá a 20 años de la tragedia nuclear, según Naciones Unidas.