“Juzgarla, como algunos hicieron tras escuchar la canción apelando a discursos grandilocuentes en los que se le acusa de cosificarse a ella misma y a la nueva pareja de su exmarido, Clara Chía –la de nombre de persona buena–, por compararse con relojes y carros o por supuestamente excederse en epítetos ofensivos en su contra, resulta un irrelevante asunto de doble moral. Aunque están en todo su derecho de hacerlo, parece ser que los fiscalizadores de la artista nunca han sentido en carne propia el salvaje desconsuelo del desamor ni han experimentado la necesidad de expresarlo con poética crueldad. Bien por ellos. Mientras pontifican, desconociendo el poder sanador, absolutamente catártico, de cantarles en la cara unas cuántas verdades a quienes te han destrozado la vida, Shakira factura y de qué manera. No solo canta, literalmente, su despecho sin contención alguna, sino que se muestra fuerte, casi heroica, relamiéndose las heridas en lo profundo de su duelo para reivindicar cómo las mujeres humilladas son también capaces de levantarse, así sea cargando el peso de su propio cadáver”, agrega Erika Fontalvo.