02/11/2024
10:50 AM

La broma infinita de Foster Wallace

Estoy sentado en una oficina, rodeado de cabezas y cuerpos. Mi postura es conscientemente congruente con la forma de la dura silla en que me siento.

    Estoy sentado en una oficina, rodeado de cabezas y cuerpos. Mi postura es conscientemente congruente con la forma de la dura silla en que me siento. Ésta es una fría habitación de la administración universitaria, con paredes de madera de las que cuelgan cuadros de Remington, con ventanas dobles para aminorar el calor de noviembre, separada de los sonidos administrativos por la sala donde tío Charles, el señor deLint y yo acabamos de ser recibidos.

    Estoy aquí.

    Tres rostros han aparecido sobre chaquetas livianas y corbatas con nudos half windsor detrás de una brillante y ancha mesa de pino sobre la cual cae como una telaraña la luz del ocaso de Arizona. Son los tres decanos —el de admisiones, el de asuntos académicos y el de asuntos atléticos—. No sé a quién pertenece cada rostro.

    Me parece que tengo una apariencia neutral, tal vez plácida, aunque me adiestraron para fracasar en cualquier intento de neutralidad y para no tener en el rostro ningún asomo de sonrisa o de placidez.

    He cruzado las piernas, cuidadosamente, espero, tobillo sobre rodilla, las manos juntas sobre el regazo de mis pantalones. Entrecruzo los dedos en un reflejo repetido de algo que, para mí, se asemeja a la letra X. El resto del personal que ocupa la sala de conferencias incluye a: el director de composición de la universidad, el entrenador de tenis y guía académico Sr. A. deLint. C. T. está a mi lado; los demás están sentado, parado y parado, respectivamente, en la periferia de mi foco. El entrenador hace sonar las monedas en su bolsillo. El olor de este recinto es vagamente digestivo. La suela antideslizante de mi tenis Nike corre paralela al flojo mocasín del medio hermano de mi madre, que está aquí en calidad de director, sentado en la silla que se halla, espero, inmediatamente a mi derecha, también de cara a los decanos.

    El decano que está a la izquierda, hombre flaco y amarillento cuya fija sonrisa posee, no obstante, la cualidad transitoria de los estampados sobre material rebelde, es un personaje al que hasta hace poco he logrado apreciar, el tipo que retrasa mi necesidad de ofrecer una respuesta relatándome a mí mismo mi versión de la historia. El decano sentado en el centro, semejante a un melenudo león, le pasa un bulto de páginas y él habla con esas páginas mientras agacha la cabeza y sonríe.

    —Usted es Harold Incandenza, dieciocho años, a un mes de graduarse de secundaria, inscrito en la Academia de Tenis de Enfield, en Enfield, Massachusetts, una escuela de internos donde usted reside —sus gafas para leer son rectangulares, en forma de cancha cuyas líneas de banda están arriba y abajo

    de cada lente—. Usted es, según el entrenador White y el decano [no escucho el nombre], un tenista júnior reconocido en el continente, un atleta sustancialmente promisorio y potencialmente asociado con la O.N.A.N.C.A.A., reclutado por el entrenador White vía correspondencia con el doctor Tavis y comienza aquí. . . en febrero de este año —quita la página de arriba y la pone en el fondo de la pila a intervalos regulares—. Ha sido residente de la Academia de Tenis de Enfield desde los siete años de edad.

    Me pregunto si es buena idea rascarme el lado derecho de la mandíbula, donde tengo un barro.

    —El entrenador White informa a nuestras oficinas que siente un gran aprecio por el programa y los logros de la Academia de Tenis de Enfield, que la escuadra de tenis de la Universidad de Arizona se ha beneficiado antes al matricular a ex alumnos de la E.T.A., uno de los cuales fue un tal señor Aubrey F. deLint, que, al parecer, lo acompaña hoy. El entrenador White y su personal nos han asegurado…

    El léxico del administrador amarillento es completamente falto de distinción, pero debo admitir que se ha hecho entender. El director de composición parece tener más cejas de lo normal. El decano a mi derecha me mira a los ojos con extrañeza.

    El tío Charles está diciendo que aunque puede anticipar que los decanos se inclinarían a considerar que sus afirmaciones son provocadas por su presunta fama como porrista de la E.T.A., puede asegurarles a los decanos aquí reunidos que todo lo que se ha dicho es verdad, y que la academia acoge como residentes a no menos de diez de los treinta primeros júniors del continente, con edades extremadamente variadas, y que yo, a quien suelen llamar ‘Hal’, soy 'la crema de la crema'. El decano de la derecha y el del centro sonríen profesionalmente, las cabezas de deLint y del entrenador se inclinan mientras el decano de la izquierda se aclara la garganta:

    —…que usted podría dar, aun como novato, una contribución al programa de tenis de la universidad. Nos complace —dice o lee, mientras quita una página— que una competencia de alguna manera grande lo haya traído y nos haya dado la oportunidad de sentarnos y platicar de su aplicación y de su potencial reclutamiento, matrícula y beca.

    —Me han pedido añadir que Hal ocupa el tercer lugar de los menores de dieciocho en el Torneo What aBurger del suroeste en el Centro de Tenis Randolph —dice Asuntos Atléticos, si no me equivoco, que ha inclinado la cabeza y muestra su pecosa calva.

    —En el Parque Randolph, cerca del imponente El Con Marriott —agrega C.T.—, un establecimiento del que todo el contingente no ha manifestado, hasta hoy, más que elogios, el cual…

    —Sí, Chuck, y, según Chuck, Hal demostró de qué está hecho, pasó a semifinales con la victoria impresionante de esta mañana, y jugará mañana en el centro contra el ganador de un juego de cuartos de final que tendrá lugar esta noche, por lo que el encuentro de mañana está programado, creo, para las 0830…

    —Trata de ponerte en camino antes que haga un calor horrible. Claro, es un calor seco.

    —… y aparentemente ha clasificado al Torneo Continental Bajo Techo de este invierno, en Edmonton, según me cuenta Kirk —dice mientras cabecea a derecha e izquierda para ver al entrenador, cuya sonrisa muestra una dentadura radiente contra la piel violentamente bronceada —y eso, por supuesto, es muy importante —sonríe y me mira—. ¿No andamos equivocados, verdad, Hal?

    C.T. cruza los brazos; en el aire acondicionado de la habitación y bajo la claridad solar, la carne de sus tríceps está cubierta por una red de puntos luminosos. —Claro que sí, Bill—. Sonríe. Las dos mitades de su bigote nunca concuerdan—. Y déjame decirte que Hal está excitado por haber sido invitado al torneo por tercer año consecutivo, por regresar a una comunidad a la que ama tanto, por visitar a sus alumnos y a tus entrenadores, por haber justificado su valía en la nada fácil competencia de este semana, por estar acá y no haber oído aún el canto de la gorda vikinga, por así decirlo, pero claro, por sobre todas las cosas, por tener la oportunidad de encontrarse con ustedes, caballeros, y echar una ojeada a estas instalaciones. Todo en este sitio es absolutamente de primer nivel, a juzgar por lo que él ha visto hasta ahora.

    Nos quedamos en silencio. DeLint cambia de lugar su espalda apoyada contra los paneles y busca centrar su peso. Mi tío sonríe y endereza la ya enderezada pulsera de su reloj. El 62.5% de las caras voltean a verme, plácidas y expectantes. Mi pecho hace ruidos como los de una secadora en la que han dejado un par de zapatos. Compongo algo que pueda confundirse con una sonrisa. Veo de acá para allá, levemente, como si me dirigiera a todos.

    Volvemos a quedarnos en silencio. Las cejas del decano amarillento parecen acentos circunflejos. Los otros dos decanos ven al director de composición. El entrenador busca la ancha ventana mientras se toca el pelo sobre la nuca. El tío Charles se acaricia el antebrazo sobre su reloj. Afiladas y curvadas sombras en forma de palma se mueven levemente sobre la rutilante mesa de pino, y la sombra de la única cabeza es como una luna negra.

    —¿Está bien Hal, Chuck? —pregunta Asuntos Atléticos—. Parece que Hal hizo. . . bueno… una mueca. ¿Le duele algo? ¿Te duele algo, hijo?

    —Hal está mejor que nunca —sonríe mi tío, apaciguando al aire con un gesto descuidado—. Es sólo un tic facial, por decirlo así, algo levísimo, causado por la adrenalina al encontrarse de pronto en este impresionante campus, después de justificar su destreza en la cancha sin perder un solo set, tras recibir esa propuesta escrita en la que se hacía oficial no sólo su aceptación, sino el apoyo económico del entrenador White, una propuesta escrita en letra Pac 10, y, según el mismo Hal me ha dicho, estaba preparado incluso para firmar aquí y ahora una Carta Nacional de Intenciones—. C.T. me ve y su mirada es horriblemente dócil. Hago lo más seguro, relajo cada músculo de mi cara y la libro de toda expresión. Miro cuidadosamente el nudo kekuleano de la corbata del decano de enmedio (...)