Brasília, Brasil.
La independencia del banco central no es un tema en el que la mayoría de los políticos pierdan mucha saliva, pero en medio de una reñida contienda presidencial, es algo que los electores brasileños no dejan de escuchar.
Ante la impotencia del banco central para contener la inflación, las principales candidatas presidenciales se han expresado abiertamente sobre quién debería controlar la institución.
El organismo forma parte del Ministerio de Hacienda, pero tiene un estatus especial y es bastante autónomo. Su presidente, Alexandre Tombini, tiene el cargo de ministro y se reporta directamente a la presidenta, Dilma Rousseff. Tanto Tombini como los gobernadores de la institución dependen de la confianza de la mandataria y no tienen períodos fijos de gestión.
Rousseff defiende esta relación como necesaria para mantener a la entidad enfocada en políticas que beneficien a todos los brasileños, no solamente a los inversionistas y el sector financiero.
No obstante, en momentos en que la inflación ronda 6,5% y el bolsillo de los brasileños se encoge, la principal rival de Rousseff, Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño, se ha mostrado partidaria de un banco central independiente similar a los de Estados Unidos, Europa y algunos países de América Latina.
Silva, quien lidera las encuestas más recientes, quiere que los ocho gobernadores de la institución se desempeñen durante períodos fijos y restringir la capacidad del poder ejecutivo para despedir a su presidente. El objetivo, explican sus asesores, es permitir que el banco central pueda elevar su tasa de interés de referencia, conocida como Selic, todo lo que sea necesario para combatir la inflación sin interferencias políticas.
El asunto, técnico y aburrido para la mayoría, ha dado pie a un debate sorprendentemente acalorado, en el que las candidatas se acusan mutuamente de rendirse a los intereses creados.
El equipo de Silva dice que el banco central no ha combatido la inflación de manera suficientemente enérgica porque está preocupado de que nuevas alzas en la tasa de referencia perjudiquen el crecimiento y el empleo en un año electoral. El banco central elevó la tasa Selic en 3,75% entre abril de 2013 y abril de 2014, y la ha mantenido en 11% desde entonces.
La campaña de Silva también ha arremetido contra el banco central por intervenir regularmente en los mercados de divisas con el objetivo, dicen, de fortalecer el real frente al dólar. Consideran que se trata de una maniobra muy arriesgada para combatir la inflación que podría conducir a una extensa y brusca devaluación de la moneda brasileña una vez que la intervención llegue a su fin.
“La política monetaria no se puede basar en caprichos y cambios de ánimo políticos”, dijo el lunes Mauricio Rands, uno de los principales asesores de Silva, durante un foro público.
El gobierno de Rousseff niega que intervenga en las decisiones del banco central. Ella y sus partidarios han contraatacado con anuncios en televisión advirtiendo que un banco central independiente podría convertirse en una herramienta del sector financiero.
La publicidad muestra alimentos que desaparecen de la mesa de los brasileños comunes y corrientes mientras un grupo de banqueros sentados en una sala oscura traman un alza de las tasas de interés. Una voz en off dice que la autonomía del banco central, como la propone Silva, significará darles a los banqueros “un gran poder de decisión sobre su vida y la de su familia; los intereses que paga, su trabajo y hasta su salario”.
El debate ha tocado una fibra en algunos votantes en un país donde las tormentas económicas usualmente elevan a los titulares temas técnicos y esotéricos.
Ricardo Fernandes, un joven de 25 años, trabaja estacionando vehículos a apenas un par de cuadras de la imponente sede del banco central en Brasília. Aunque no sabe explicar exactamente cómo un banco central independiente afectaría su vida, dice que los reportajes televisivos lo han convencido de que es una buena idea. “Apoyo la autonomía del banco central”, afirma. “Creo que es más probable que Marina le dé autonomía al banco central”.
André de Almeida, un residente de Brasília, cuenta que también ha seguido la cobertura del tema en la televisión, pero que apoya lo contrario. El estudiante de administración de empresas se opone a la autonomía del banco central porque “los bancos privados tendrían demasiada influencia sobre éste, y los bancos habitualmente prefieren tasas de interés más altas”. Almeida, de 28 años, no quiso revelar por quién votará, pero insistió en que la autonomía del banco central no influirá en su decisión.
Silva y otros partidarios de un banco central totalmente independiente dicen que el actual sistema hace que la entidad sea vulnerable a la influencia política.
Gustavo Franco, ex presidente del banco central, le dijo algo similar a The Wall Street Journal hace unos años. En una entrevista en Nueva York, afirmó que fue retirado de su cargo en 1999 por el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso bajo presión política.
En ese entonces, el real era blanco de los especuladores y Cardoso quería adoptar un tipo de cambio libre para repelerlos. Franco dijo que se opuso a esa medida porque vincular el real con el dólar había sido un pilar del plan del gobierno para combatir la hiperinflación de principios de esa década. Un vocero de Cardoso no quiso comentar.
Rousseff sostiene que su gobierno no interfiere en las decisiones del banco central sobre las tasas y que la autonomía de facto que ella le otorga a la institución es suficiente.
En un reciente encuentro con periodistas, Rousseff manifestó que la independencia equivale a convertir el banco central en un “cuarto poder”. Aseguró que la entidad no prioriza la creación de empleos, por lo que la independencia “en realidad retira comida” de la mesa de los trabajadores.
La independencia del banco central no es un tema en el que la mayoría de los políticos pierdan mucha saliva, pero en medio de una reñida contienda presidencial, es algo que los electores brasileños no dejan de escuchar.
Ante la impotencia del banco central para contener la inflación, las principales candidatas presidenciales se han expresado abiertamente sobre quién debería controlar la institución.
El organismo forma parte del Ministerio de Hacienda, pero tiene un estatus especial y es bastante autónomo. Su presidente, Alexandre Tombini, tiene el cargo de ministro y se reporta directamente a la presidenta, Dilma Rousseff. Tanto Tombini como los gobernadores de la institución dependen de la confianza de la mandataria y no tienen períodos fijos de gestión.
Rousseff defiende esta relación como necesaria para mantener a la entidad enfocada en políticas que beneficien a todos los brasileños, no solamente a los inversionistas y el sector financiero.
No obstante, en momentos en que la inflación ronda 6,5% y el bolsillo de los brasileños se encoge, la principal rival de Rousseff, Marina Silva, del Partido Socialista Brasileño, se ha mostrado partidaria de un banco central independiente similar a los de Estados Unidos, Europa y algunos países de América Latina.
Silva, quien lidera las encuestas más recientes, quiere que los ocho gobernadores de la institución se desempeñen durante períodos fijos y restringir la capacidad del poder ejecutivo para despedir a su presidente. El objetivo, explican sus asesores, es permitir que el banco central pueda elevar su tasa de interés de referencia, conocida como Selic, todo lo que sea necesario para combatir la inflación sin interferencias políticas.
El asunto, técnico y aburrido para la mayoría, ha dado pie a un debate sorprendentemente acalorado, en el que las candidatas se acusan mutuamente de rendirse a los intereses creados.
El equipo de Silva dice que el banco central no ha combatido la inflación de manera suficientemente enérgica porque está preocupado de que nuevas alzas en la tasa de referencia perjudiquen el crecimiento y el empleo en un año electoral. El banco central elevó la tasa Selic en 3,75% entre abril de 2013 y abril de 2014, y la ha mantenido en 11% desde entonces.
La campaña de Silva también ha arremetido contra el banco central por intervenir regularmente en los mercados de divisas con el objetivo, dicen, de fortalecer el real frente al dólar. Consideran que se trata de una maniobra muy arriesgada para combatir la inflación que podría conducir a una extensa y brusca devaluación de la moneda brasileña una vez que la intervención llegue a su fin.
“La política monetaria no se puede basar en caprichos y cambios de ánimo políticos”, dijo el lunes Mauricio Rands, uno de los principales asesores de Silva, durante un foro público.
El gobierno de Rousseff niega que intervenga en las decisiones del banco central. Ella y sus partidarios han contraatacado con anuncios en televisión advirtiendo que un banco central independiente podría convertirse en una herramienta del sector financiero.
La publicidad muestra alimentos que desaparecen de la mesa de los brasileños comunes y corrientes mientras un grupo de banqueros sentados en una sala oscura traman un alza de las tasas de interés. Una voz en off dice que la autonomía del banco central, como la propone Silva, significará darles a los banqueros “un gran poder de decisión sobre su vida y la de su familia; los intereses que paga, su trabajo y hasta su salario”.
El debate ha tocado una fibra en algunos votantes en un país donde las tormentas económicas usualmente elevan a los titulares temas técnicos y esotéricos.
Ricardo Fernandes, un joven de 25 años, trabaja estacionando vehículos a apenas un par de cuadras de la imponente sede del banco central en Brasília. Aunque no sabe explicar exactamente cómo un banco central independiente afectaría su vida, dice que los reportajes televisivos lo han convencido de que es una buena idea. “Apoyo la autonomía del banco central”, afirma. “Creo que es más probable que Marina le dé autonomía al banco central”.
André de Almeida, un residente de Brasília, cuenta que también ha seguido la cobertura del tema en la televisión, pero que apoya lo contrario. El estudiante de administración de empresas se opone a la autonomía del banco central porque “los bancos privados tendrían demasiada influencia sobre éste, y los bancos habitualmente prefieren tasas de interés más altas”. Almeida, de 28 años, no quiso revelar por quién votará, pero insistió en que la autonomía del banco central no influirá en su decisión.
Silva y otros partidarios de un banco central totalmente independiente dicen que el actual sistema hace que la entidad sea vulnerable a la influencia política.
Gustavo Franco, ex presidente del banco central, le dijo algo similar a The Wall Street Journal hace unos años. En una entrevista en Nueva York, afirmó que fue retirado de su cargo en 1999 por el entonces presidente Fernando Henrique Cardoso bajo presión política.
En ese entonces, el real era blanco de los especuladores y Cardoso quería adoptar un tipo de cambio libre para repelerlos. Franco dijo que se opuso a esa medida porque vincular el real con el dólar había sido un pilar del plan del gobierno para combatir la hiperinflación de principios de esa década. Un vocero de Cardoso no quiso comentar.
Rousseff sostiene que su gobierno no interfiere en las decisiones del banco central sobre las tasas y que la autonomía de facto que ella le otorga a la institución es suficiente.
En un reciente encuentro con periodistas, Rousseff manifestó que la independencia equivale a convertir el banco central en un “cuarto poder”. Aseguró que la entidad no prioriza la creación de empleos, por lo que la independencia “en realidad retira comida” de la mesa de los trabajadores.