REDACCIÓN. La intención de formar niños con criterio propio, inteligencia emocional, responsabilidad afectiva e incluso más productivos continúa ganando popularidad entre las familias, pero ninguna de estas características compensa el valor de la felicidad.
Los pequeños que experimentan este sentimiento con mayor frecuencia y permanencia gozan de múltiples beneficios. Si bien el deseo de ser feliz es inherente al ser humano, educar sobre ello y trabajar conscientemente para avanzar en ese camino desde la niñez es cada vez más preciso.
Las personas felices, en general, son más longevas, tienen mejor salud e inmunidad frente a las infecciones, manejan bien el estrés y se relacionan sin mayor dificultad con los demás. Además, afrontan de manera positiva las adversidades y son más empáticas y altruistas.
Ahora bien, criar niños felices no es precisamente una tarea fácil. Influye no solo el deseo de los padres de hacerlo bien, sino también la propia experiencia y el entorno en que la familia se desarrolla.
Sin embargo, siempre hay oportunidad de ser mejores modelos para el desarrollo de un autoestima positiva, mayor confianza, actitud optimista y una mejor adaptación a los cambios.
Hay que recordar que felicidad es esa sensación de armonía en la experiencia a lo largo de la vida, la que se resume en encontrarle sentido.
Esta se construye desde lo que se es, se procesa y se persigue. Es aquí donde adquiere importancia la forma en que se cría a los hijos. Es decir, la felicidad se construye y se enseña con el ejemplo: padres felices crían hijos felices.
Prácticas que suman felicidad
- Esenciales. Desde que son lactantes hasta la adolescencia, los hijos necesitan ser valorados por sus padres por lo que son. Esto los ayuda a aceptarse con sus virtudes y defectos, con sus fortalezas y debilidades. Considere:
- Valorar el proceso. Incentive a su hijo a seguir un camino que se vaya construyendo día a día, en la vivencia cotidiana, con valoración de cada paso, independiente del logro. Enfocarse solo en las metas limita valorar el proceso.
- Gestionar emociones. Hay que enseñarles a los niños a reconocer, expresar y saber acoger las emociones. En el caso de aquellas desagradables, ayudarlos a sobrellevar el momento, buscando ser buenos modelos.
- Establecer límites. Contrario a tratar de complacerlos en todo, establecer límites y ser consecuentes con ellos es beneficioso. Eso sí, es importante saber ser flexible y discernir cuándo corresponde cumplir o ceder.
- Escucha abierta. Saber escuchar a sus hijos en sus distintas edades, permitiéndoles que se sientan validados en sus sentimientos, opiniones, gustos e intereses, es esencial. Evite caer en la crítica constante. Se enseña más por la convivencia y la cotidianidad, que por premios o castigos.