05/12/2025
12:10 AM

Hondureño quedó en la calle y sin sus hijos

San Pedro Sula, Honduras.

Al escuchar los gritos que provenían de su casa, Inelda López dejó en el mostrador de la pulpería la libra de pollo que estaba comprando y subió a toda prisa cuesta arriba para llegar a la sencilla vivienda donde sus tres niños habían quedado solos. El corazón le latió con más fuerza cuando vio la humareda que salía de la covacha y el chisporroteo que brillaba debajo del techo de láminas viejas de zinc.

Fue pura coincidencia que en cuanto ella bajó a comprar el pollo para el almuerzo, se desató el incendio que en cuestión de minutos arrasó con la casita enclavada en la parte alta de la aldea El Marañón del municipio de Villanueva.

Había dejado a los tres niños viendo televisión con la puerta cerrada para que no salieran a jugar porque el único espacio que tenían para ello, estaba al borde de un barranco.

Su marido Astor Paz había salido temprano a trabajar dejándola sola con sus tres hijos: David Leonel de dos años, Axel Josué de cuatro y Astrid Nicole de seis. Esta última no podía caminar ni hablar a causa de una anomalía congénita. Era la única que estaba viva dentro de la covacha en llamas cuando la madre se encontró con el desastre. Lo supo porque solamente oía los gritos de ella desde afuera, pero no podía entrar a rescatarla porque las llamas se lo impedían.

Foto: La Prensa

Adán Ríos fue el héroe de la mañana, logró rescatar de las llamas a la niña, pero esta murió dos días después.
Sin embargo, un valiente vecino identificado como Adán Ríos logró atravesar la cortina de fuego y sacó a la niña con vida, pero esta murió dos días después en el hospital Mario Rivas de San Pedro Sula. Ríos también resultó con quemaduras en el cincuenta por ciento de su cuerpo, que casi le causan la muerte.

La casita hecha en su mayor parte con madera desechada donde sucedió la tragedia, estaba en una ladera en medio de un piñal que cuidaba Astor Paz y su señora, a cambio de que el dueño del terreno les diera donde vivir.

No quedó nada, la silla de ruedas de la niña, la bicicleta del niño mayor y los pocos enseres, quedaron convertidos en escombros, pero lo que más lamenta Astor Paz es haber perdido a sus criaturas. “No me dan ni deseos de ir a trabajar al saber que no tengo a mis niños”, se lamenta el hombre mientras observa con su mujer el predio quemado donde estuvo la casita que habitaban desde que se conocieron hace ocho años.

Foto: La Prensa

Ahora están viviendo en una casa de una hermana de él que está más arriba del cerro, desde donde se observa el manchón negro que fue su hogar, como para recordarles su tragedia.

“Solo ver esa quemazón me da más aflicción, me da nostalgia saber que ya no los volveré a ver. Cuando venía de trabajar salían a abrazarme y el más grande preguntaba: ‘¿Que me trajo?’”, dice Astor Paz.

Encima del dolor que les dejó aquella jugada del destino, la pareja soportó la tristeza de no poder sepultar a los varoncitos porque el Ministerio Público no les había entregado los cuerpos aduciendo que tenían que esperar el resultado de una prueba de ADN. “No los pude sacar del incendio y después no los podía sacar de la morgue”, se quejó Astor Paz.

Solo a la niña le dieron terraje primero en el cementerio de El Marañón porque su cuerpo no fue llevado a la morgue judicial, ya que murió en el hospital Mario Rivas. El padre estaba haciendo los trámites para trasladarla al hospital de quemados Ruth Paz cuando le dieron la triste noticia.

Lo único que se salvó de las llamas fueron dos columpios que el padre les hizo con costales a los varones, pero los recogió después de la tragedia porque le daba más tristeza verlos sin los niños.

Foto: La Prensa