11/07/2025
12:35 AM

El bolo Tomasito

No se metía con nadie y generalmente los sábados pasaba gritando por toda la calle.

    Por la Calle de las Damas que conduce al parque La Leona de Tegucigalpa pasaba un señor llamado Tomás, cuyo oficio era la albañilería. No se metía con nadie y generalmente los sábados pasaba gritando por toda la calle. La gente comentaba:

    —Ahí va el bolo Tomasito. Pobre hombre. Se arruinó desde que la mujer lo abandonó por otro.

    —Es verdad, pero antes no era bolo. Dicen que la malvada le hizo un mal para que agarrara a chupar, pero esa maldita las va a pagar algún día. él a pesar de sus borracheras sigue siendo un buen hombre. Lo único es esa gritadera que le agarra. ¿Se acuerda de cuando estuvo en el ejército?

    En efecto, Tomasito había llegado al grado de capitán cuando conoció a Corina, la que fue su mujer. La amaba con toda su alma. Ambos eran jóvenes y pobres. Por su amada Corina dejó el ejército y se dedicó al oficio de albañil, le hizo una casita en el barrio El Bosque y acostumbraban subir por La Leona.

    Corina era una joven bonita y de ojos claros que llamaba mucho la atención por su belleza. Tomás era un joven atractivo y fuerte, que también atraía mucho a las muchachas.

    A veces platicaban de esas cosas y él siempre le decía que jamás se fijaría en otra mujer. Así pasó el tiempo. Él era varios años mayor que ella. Los años no perdonan y Tomás se fue sintiendo cansado. Se estaba haciendo viejo y, en cambio, Corina se conservaba joven y bonita.

    Había un abogado que pasaba en un carro de lujo y siempre le decía adiós. Ella se hacía la disimulada, pero aquel hombre la atraía. Una mañana que ella bajó a hacer las compras al mercado Los Dolores se sorprendió cuando la alcanzó un vehículo: era el abogado.

    —Súbase, Corinita, le voy a dar un aventón. No me tenga miedo. Quiero ser su amigo y nada más.

    Ella se subió al vehículo y desde aquel momento cambió su vida para siempre. A escondidas se miraba con el abogado y traicionó a Tomás, pero dicen que entre cielo y tierra no hay nada oculto. Los vecinos descubrieron aquellos amoríos y una señora del vecindario que sentía lástima por Tomasito decidió contarle la triste verdad. Cuando él escuchó a su amiga y vecina no pudo creerlo, pero ella le dijo los días y las horas en que el abogado llegaba a recogerla a determinado lugar.

    —Tiene que verlo con sus propios ojos para que se convenza de lo que está sucediendo, Tomasito. Un hombre como usted no se merece una traición de esa clase, mire lo que mire, solo usted puede tomar una decisión.

    Tomasito sintió que una espada le atravesó el corazón. Tuvo que apoyarse en la pared para no desmayarse.

    —Se lo agradezco mucho. No se preocupe que pronto arreglaré este asunto.

    Él se fue a su casa. “Ya me ve viejo. Por eso lo hizo. Ha dejado de quererme”, pensaba.

    Escondido detrás de unos árboles, Tomasito vio cómo su mujer se subía en el carro del abogado y comprobó lo dicho por su vecina. Salió del escondite y la mujer, al verlo, trató de agacharse para ocultarse, pero era muy tarde. Él se le quedó mirando y siguió su camino. Horas más tarde se enfrentó a ella, pero, en vez de llegar sumisa y avergonzada, hizo todo lo contrario.

    —¡Así que me andas vigilando, viejo desgraciado! Pues está bueno que te des cuenta de que vivo con otro hombre.

    —Nunca pensé que me traicionarías, Corina, pero vas a pagar muy cara tu traición. Por mi parte te podés ir ahora mismo. No vas a poder esconderte de mí cuando me muera.

    La mujer lanzó una carcajada.

    —Por mi parte ya te hubieras muerto, viejo.

    Desde que su mujer se fue, Tomasito sintió el impulso de beber para olvidarla. Poco a poco cayó en las miserables garras del alcoholismo y no pudo dejar de tomar licor. Con el paso del tiempo fue envejeciendo y a veces se paraba en medio de la calle empedrada de Las Damas y gritaba:

    —Firmes, soldados. Atención a la voz de mando.

    Tomasito hacía cosas de loco, pero no estaba loco. La gente de Las Damas, La Leona y El Bosque lo escuchaba pasar, siempre borracho. Solo trabajaba para mantener su enfermedad. Cuentan que Tomasito, cansado por los años, dejó de trabajar y vivió de la caridad pública. Siempre había alguien que le daba de beber guaro. Una mañana se quedó fondeado en una de las bancas del parque La Leona y por esas cosas del destino su exmujer Corina andaba de paseo con unas amigas. De repente, una de ellas se rio:

    —Miren a ese borracho cómo se quedó dormido en la banca. Eh, pero si es un viejo maloliente. Vámonos de aquí.

    Corina sintió que el corazón se le hacía pequeño al descubrir que aquel anciano había sido el hombre que más la había amado. No les dijo una sola palabra a sus amigas; sentía que la conciencia la castigaba. Por su culpa, aquel hombre estaba así. Le había hecho brujerías para que se muriera de borracho y hasta llegó a pensar que estaba muerto. Cuando llegó la noche se acostó en su cama y en su mente solo tenía la imagen de Tomasito, el bolo del barrio. La habitación se iluminó y en medio de aquella luz apareció Tomas como cuando era un joven musculoso y fuerte y escuchó su voz:

    —Te dije que no te podrías esconder de mí aunque estuviera muerto. Ya te perdono y sé que has pagado cara tu traición. Has vivido con muchos hombres y has sufrido. Hoy estás sola como yo. Solo vine a despedirme.

    Al siguiente día, Corina vio en el periódico la foto de Tomás y el titular: “Anciano es encontrado muerto en una banca del parque La Leona”. Corina lloró y lloró y se dice que todos los días llevaba flores a la tumba de Tomás. Envejeció y un día la encontraron muerta sobre el sepulcro del hombre que tanto la amó.