San Pedro Sula, Honduras.
Moisés Becerra, un hombre cuyo nombre ya está escrito con letras de oro para siempre en la historia de Honduras.
Más que pintor, un verdadero artista. Su pincel era supremo. Después de su muerte, ahora es mito de la plástica nacional. Ya está en el cielo al lado de los grandes pintores que ha dado esta patria de Francisco Morazán, ese mismo prócer que plasmó cabalgando en su blanco corcel.
Ayer, su sobrino Héctor Longino Becerra empañó de lágrimas los ojos de quienes admiraron, admiran y admirarán la obra de su tío, un legado pictórico rico en tradiciones hondureñas no apto para aquellos que compran arte para adornar, sino para mecenas que saben de la incalculable herencia artística que Moisés estaba dejando a la humanidad. Era universal. Sus obras están por doquier, en grandes museos u colecciones privadas.
Origen
El pueblito Dulce Nombre de Copán vio nacer un 26 de diciembre hace 90 años a este hondureño cinco estrellas. Su papá era un forjador mexicano: Víctor Longino Becerra. Su madre, Sofía Alvarado. Tuvo una educación primaria modesta en la escuela Pedro Nufio de San Pedro Sula.
Desde pequeño, Moisés tenía trazado en su destino una ruta hacia la consagración en la pintura. Fue Lorenzo Escoto quien estimuló sus pininos. Su secundaria fue en la desaparecida academia Sula, y cuando llegaba 1944, se mudó a Tegucigalpa. Quería más. Se marchó a la capital en busca de sus sueños.
Se matriculó en la Escuela de Bellas Artes, que dirigía Arturo López Rodezno, y como uno de sus maestros tuvo a Max Euceda, quien sin restricción alguna le enseñó técnicas muy europeas.
Poco a poco logró consolidar su pasión y empezó a plasmar hechos de Honduras.
Con los años decidió irse muy lejos. Se fue a Italia. Ahí descubrió que sus raíces cubistas debían tener otro matiz: el abstraccionismo puro. “Tuvo exposiciones en Roma, Milán, Novara, Cavellona Toce, Trezzo d’Adda y otros lugares de Italia. También participó en múltiples muestras colectivas en España, Mónaco, Suiza, Francia, Estados Unidos, México y Centroamérica”, según reseñan portales.
“Mi tío obtuvo en 1987 el galardón más importante de Italia, como es el premio Marconi, y también fue nombrado Caballero Latinoamericano por la asociación Águila-Cóndor de Francia”, declaró su sobrino.
Su talento
Becerra afianzó varias etapas de su pincel. Era expresionista, cubista y neofigurativo. Ese hombre rústico y natural era su inspiración. Los plasmaba con tonos arena, marrones y azafrán. También algunos rojizos. La línea perfectamente lograda identificaba su obra y lo cotidiano hondureño lo enorgullecía. Fundó una galería de arte en Milán y lo hizo para promover la pintura latina. Fue maestro del instituto Constanza y la academia Modigliani.
Siempre fue un prodigio. Se graduó con honores en la Academia de Arte de Roma. Buscó en cada instante esa excelencia que siempre lo caracterizó. Fue Premio Nacional de Arte y sus muestras tuvieron vitrinas de exhibición como el Museo del Hombre Hondureño, Banco Central de Honduras (BCH), la Cancillería y la Casa Presidencial.
Moisés Becerra, un hombre cuyo nombre ya está escrito con letras de oro para siempre en la historia de Honduras.
Más que pintor, un verdadero artista. Su pincel era supremo. Después de su muerte, ahora es mito de la plástica nacional. Ya está en el cielo al lado de los grandes pintores que ha dado esta patria de Francisco Morazán, ese mismo prócer que plasmó cabalgando en su blanco corcel.
Ayer, su sobrino Héctor Longino Becerra empañó de lágrimas los ojos de quienes admiraron, admiran y admirarán la obra de su tío, un legado pictórico rico en tradiciones hondureñas no apto para aquellos que compran arte para adornar, sino para mecenas que saben de la incalculable herencia artística que Moisés estaba dejando a la humanidad. Era universal. Sus obras están por doquier, en grandes museos u colecciones privadas.
ORGULLOSO HONDUREÑO. Nunca abandonó los temas hondureños, sobre todo los que se refieren al trabajo del compatriota común y luchador.
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El pueblito Dulce Nombre de Copán vio nacer un 26 de diciembre hace 90 años a este hondureño cinco estrellas. Su papá era un forjador mexicano: Víctor Longino Becerra. Su madre, Sofía Alvarado. Tuvo una educación primaria modesta en la escuela Pedro Nufio de San Pedro Sula.
Desde pequeño, Moisés tenía trazado en su destino una ruta hacia la consagración en la pintura. Fue Lorenzo Escoto quien estimuló sus pininos. Su secundaria fue en la desaparecida academia Sula, y cuando llegaba 1944, se mudó a Tegucigalpa. Quería más. Se marchó a la capital en busca de sus sueños.
Se matriculó en la Escuela de Bellas Artes, que dirigía Arturo López Rodezno, y como uno de sus maestros tuvo a Max Euceda, quien sin restricción alguna le enseñó técnicas muy europeas.
Poco a poco logró consolidar su pasión y empezó a plasmar hechos de Honduras.
Con los años decidió irse muy lejos. Se fue a Italia. Ahí descubrió que sus raíces cubistas debían tener otro matiz: el abstraccionismo puro. “Tuvo exposiciones en Roma, Milán, Novara, Cavellona Toce, Trezzo d’Adda y otros lugares de Italia. También participó en múltiples muestras colectivas en España, Mónaco, Suiza, Francia, Estados Unidos, México y Centroamérica”, según reseñan portales.
“Mi tío obtuvo en 1987 el galardón más importante de Italia, como es el premio Marconi, y también fue nombrado Caballero Latinoamericano por la asociación Águila-Cóndor de Francia”, declaró su sobrino.
FACETAS DE UN ARTISTA. Pintó mucho a Honduras con toques italianos. Amaba los temas catrachos. Fue maestro en Bellas Artes.
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Becerra afianzó varias etapas de su pincel. Era expresionista, cubista y neofigurativo. Ese hombre rústico y natural era su inspiración. Los plasmaba con tonos arena, marrones y azafrán. También algunos rojizos. La línea perfectamente lograda identificaba su obra y lo cotidiano hondureño lo enorgullecía. Fundó una galería de arte en Milán y lo hizo para promover la pintura latina. Fue maestro del instituto Constanza y la academia Modigliani.
Siempre fue un prodigio. Se graduó con honores en la Academia de Arte de Roma. Buscó en cada instante esa excelencia que siempre lo caracterizó. Fue Premio Nacional de Arte y sus muestras tuvieron vitrinas de exhibición como el Museo del Hombre Hondureño, Banco Central de Honduras (BCH), la Cancillería y la Casa Presidencial.