Hablar de la mujer es expresar amor, belleza, abnegación, consuelo, optimismo, triunfo. Decir mujer es significar esposa, madre, hija, novia, hermana, religiosa; es manifestar todas las virtudes; es nombrar la compañera inseparable del hombre, la generadora de la raza humana, la maestra perseverante en las escuelas, la obrera puntual en las fábricas, la estudiante curiosa que asiste a los colegios y universidades, la abuela amorosa con sus nietos, en fin, es referirse a María, la madre de Jesús.
Desde el tiempo de la creación, la mujer ha tenido un papel variable en la historia de la humanidad, a veces como ente semejante al hombre y la mayoría de ellas como ser inferior a éste. Y es el cristianismo el que rehabilita a la mujer en su dignidad como persona humana.
En realidad, fue Cristo quien se ocupó de la mujer y la elevó a tal grado hasta alcanzar la sublimidad. Cristo nació de mujer y esa madre, María, es el ideal, la bendita entre todas las mujeres, la obra maestra divina, la figura ejemplar de la iglesia.
Mucho le ha costado a la mujer contemporánea alcanzar el grado de emancipación de que goza actualmente. Varios movimientos feministas, desde el siglo veinte, trabajaron y trabajan arduamente para evitar la explotación femenina, para demostrar su igualdad ante los hombres y para poder adquirir conocimientos que eleven sus niveles cultural e intelectual.
Ya los frutos son visibles en gran número. La mujer forma parte vital de esa sociedad económica, científica y técnica que le había sido negada por tanto tiempo, sin una justificación aceptable.
La mujer moderna es más feliz porque ha adquirido responsabilidades y problemas antes desconocidos. Y es más libre porque no vive supeditada a nadie, pues contribuye a una labor de cooperación en igualdad de condiciones. La cooperación de la mujer en el trabajo eclesial es indispensable y necesario. El evangelio ha servido de inspiración y como levadura para que hombres y mujeres indistintamente, contribuyan a la fermentación de las masas. Y la mujer especialmente con su sensibilidad y calor humano, ejerce sana influencia, conmueve corazones hasta llevarlos al conocimiento y amor de Cristo.
La mujer, siempre más purificada en Cristo y compasiva hacia los necesitados de los nuevos tiempos, actúa como mujer laica y como madre al mismo momento. La mujer es el ángel de la paz, de la universalidad cristiana. Mujeres hondureñas seamos modelos para cambiar nuestra patria y nuestra familia. Que Dios nos bendiga a todas...