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Raíz y ramas

  • 27 septiembre 2022 /

    Esta misma semana señalábamos, recordando al fisiólogo italiano Edigio D’Angelo, que el mucho uso del cerebro es su mejor protección, pero entre nosotros el trabajo diario de las neuronas se enmarca en un ambiente burocrático para un mañana que nunca llega. El ejemplo más claro se halla en la situación de emergencia que vivimos, pues la labor por décadas de prever y prevenir en serio se halla ausente de los planes de todas las administraciones. Esta no es la excepción.

    En el lenguaje del campo recordamos aquello de “a las raíces, no a las ramas”. En el campo de la filosofía se echa mano de los sanos conceptos de causa y efecto que, sin duda, tampoco se halla en la agitación ficticia y el mensaje cosmético, de ocasión, generados en dramas, cada vez más frecuentes.

    La emergencia tiene el inmenso valor de poder atender las necesidades inmediatas, pero para mitigar las que vienen, no es ser agorero pesimista, es preciso enfocar decidida y sinceramente la atención y los recursos a la raíz del problema, no a las ramas, a la causa, no a los efectos, pues ya son décadas en que vemos las consecuencias trágicas de fenómenos naturales.

    Es el juego con la tragedia de la población que anteriormente demoraba décadas y hasta con cierta precisión se identificaba el año para la repetición de los desastres. Ahora ni tiempo les ha dado a echar tierra, tapar agujeros y elevar bordos cuando los dos grandes ríos del valle de Sula se llevan los millones, pero más grave, las posesiones de centenares de familias, los cultivos de sus fértiles tierras y vidas humanas.

    Alegró hace dos meses el anuncio del interés del gobierno por retomar los proyectos archivados de las represas El Tablón, Los Llanitos y Jicatuyo, pero, como en ocasiones anteriores, solo fue el alegrón para algunos, pues la mayoría de los hondureños ya conocen el tono de la retórica y la demagogia.

    Quizás con las tragedias de hoy y las nefastas previsiones cercanas reconsideren sinceramente las obras en las cuencas media y alta de ambos ríos, pues la inversión necesaria queda chiquita en comparación con las pérdidas y el dolor causados.

    Regular el caudal del Ulúa y el Chamelecón debe ser una tarea de Estado, no de gobierno, pues quienes llegan al poder se revisten de mesiánicos y llenan de promesas los cerebros con poco uso, de manera que pasan los años, más de cincuenta desde que se lanzó el proyecto de las represas, y nada. Hay que ir a la raíz, no a las ramas y llegar con eficiencia a la causa para eliminar los efectos. No hay que ser sabio para entenderlo...