Antes de la Semana Santa anunció el presidente la desaparición de la Dirección Ejecutiva de Ingresos (DEI) o lo que es casi lo mismo, una profunda reestructuración y radical depuración en un intento por mejorar el servicio a los ciudadanos y además incrementar significativamente el ingreso de recursos en las arcas públicas. El desafío no solo es retador, sino necesario su enfrentamiento para atacar con firmeza la defraudación y evasión fiscales.
Lo que puede estar claro comienza a ser envuelto en la neblina al preguntar cómo se llevará adelante y con éxito el cambio profundo no coméstico en la DEI, no sea que al final se cumpla el dicho popular de la misma mona en distinta rama. Como en otras instituciones u organismos públicos, el activismo político ha prevalecido sobre el profesionalismo, sobre la honestidad y la disponibilidad para servir a la población que es la que paga los salarios, hace posible las vacaciones y lleva la onerosa carga del convenio o contrato colectivo.
Hoy es la jornada laboral previa a Semana Santa, durante la cual la mayoría de instituciones públicas, autónomas o descentralizadas permanecen cerradas. En el caso de la DEI la decisión ya ha comenzado a ser visible, acabando así con los rumores, creando, eso sí, gran incertidumbre en el personal despedido, pues perder el empleo es aumentar la precariedad en la vida personal o familiar.
¿Será cierto su cierre, literalmente entendida la palabra? Si es así, hoy tendría que escucharse aquello de “el último que apague la luz y cierre la puerta”. Poco ha trascendido aparte del despido masivo y de la promesa en el pago de los derechos laborales. Sin embargo, el ajetreo aduanero, según se pudo escuchar, pasará a la Secretaría de Finanzas para estrechar el cerco y evitar que las oficinas de los puestos fronterizos se mantengan como trofeo de la campaña política o el compadrazgo.
También fue dada a conocer la nueva identidad, Servicio Nacional de Rentas de Honduras, para “comenzar de cero” y dar vida a una nueva institución, Aquí sí que habrá que aferrarse con fuerza al dicho, “hasta no ver, no creer”, pues el pasado no es fuente de credibilidad, pero en caso de superar el desafío, como deseamos para aumentar la finanzas públicas, disminuir el endémico déficit fiscal y mejorar la atención a quienes depositan los recursos en las arcas del Estado, reconoceremos el mérito y los esfuerzos.
La reestructuración es necesaria, pero inquieta su proceso del que escasamente han trascendido algunos datos. Habrán de cuidarse los reformadores y asumir aquello, despacio que llevo prisa, no sea que vayan por lana y salgan trasquilados.