18/04/2024
06:10 PM

Hablarán las piedras

    “Tengo que hablar, aunque tenga miedo, aunque mi futuro y el de mi familia sean inciertos. Tengo que hablar porque si no lo hago, las piedras van a hablar por mí”. Lapidaria, dolorosa y valiente denuncia ante el Consejo Permanente de la Organización de Estados Americanos (OEA), cuyos miembros pasaron de la sorpresa del primer momento al reconocimiento de un amante de la libertad y de la justicia con aceptación de su pasado, conocimiento de su presente y responsabilidad en su futuro.

    El eco ensordecedor del mensaje del embajador Arturo McFields Yescas sigue resonando como exigencia en un país donde el régimen personal y familiar ha absorbido el Estado de derecho, ha hecho ensalada con los poderes del Estado, allanó su camino a la enésima reelección encarcelando a cuanto candidato se le enfrentaba, la libertad de prensa volvió a los niveles de aquella otra dictadura del siglo pasado y ha drenado hasta casi agotar a la sociedad civil y la oposición.

    Total, como señala el diplomático muy apegado en otros tiempos a la familia gobernante con sus halagos, es hora de hablar, de gritar, aunque suene voz en el desierto, porque el malestar colectivo va generando inconformidad y en las filas del oficialismo hay mucha gente cansada y harta de la dictadura. Por ello el pesado y arrasador silencio de años dará paso a que las “piedras hablen”. No es para menos, pues el control personal y familiar mantiene el sistema contra el que ya la rebelión, muy débil, aflora desde adentro.

    Es incuestionable el control social de la dictadura nicaragüense, sumamente sensible hasta con los más pequeños señalamientos, no digamos denuncias de profundo calado como la del embajador o aquellas otras en el exterior con respuestas de altos quilates demagógicos y represivos como el mantenido con el gobierno hispano que llevó hasta la absurda clausura de la Casa de España, centro social de hispanos, en la capital nicaragüense.

    Como dice el dicho clásico, hacer “tábula rasa”, “arrasar” ante lo que el embajador McFields señala que “denunciar la dictadura de mi país no es fácil, pero seguir guardando silencio y defender lo indefendible es imposible”. Es un cuarto mandato consecutivo aferrado al poder con ruta despejada por la represión, “no hay libertad de publicar un simple tuit”, prisión para opositores y clausura incluso de universidades.

    En el país vecino tenemos espejo para evaluar el rostro de la democracia, cuyo deterioro tiene muchos cómplices tanto por acción como por omisión, pues el silencio de quienes son calificados o autonombrados buenos pueden convertirse en sepulcro del sistema de libertades.