“Nos vamos a reunir con el Consejo Nacional de Defensa y Seguridad y la Junta de Comandantes de las Fuerzas Armadas para analizar este problema de Centroamérica y las tensiones que hay, todas estas cosas de aviones y amenazas y todo esto”, con palabras un poco deshilvanadas el presidente Porfirio Lobo aludía a los gastos militares en países vecinos incrementados por peligros, reales o inventados.
La confirmación de la compra de aviones de combate en El Salvador en el ambiente de un conflicto artificial en el Golfo de Fonseca, la exigencia de más recursos para los militares hondureños y la ampliación de poderes en Nicaragua para eliminar el descontento y cualquier oposición a las reformas constitucionales que crean la dinastía Ortega, abren una ruta que se creía cerrada hace más de dos décadas.
Si a ello sumamos el incremento de los graves problemas sociales con el aumento de la pobreza, el desempleo, la inseguridad y la infiltración del narcotráfico y del crimen organizado, comprenderemos que el cambio prometido va adquiriendo un signo negativo que en palabras llanas, habrá que calificarlo en retroceso.
Señala la sabiduría popular: “Pueblo chiquito, infierno grande”. Los diferendos bilaterales siguen distanciando a los gobiernos –no a los pueblos– cuyos propósitos en múltiples ocasiones son apelar al nacionalismo con fantasmales intromisiones o peligros externos.
Los instrumentos regionales de diálogo, a todos los niveles, no logran dar respuestas que contribuyan a enfocar iniciativas y recursos a problemas de los centroamericanos, más graves en unos países que en otros.
Por aquellos tiempos, calificados de “década perdida”, la confrontación de las dos potencias se trasladó al istmo con un volumen militar que arrastró a la mayoría de los países y condicionó el quehacer nacional en Costa Rica, donde no hay ejército, y Panamá con perfil bajo en la milicia. Desaparecida aquella pugna hegemónica, la disminución en el gasto militar logró cifras significativas, aunque no faltaron los halagos y las prebendas para mantener a los efectivos tranquilos.
El riesgo de un conflicto bélico es hoy un pretexto para aumentar el gasto militar, muy distinto a los recursos que deben utilizarse para enfrentar el narcotráfico y las bandas internacionales que aprovechan la globalización, pues para ellas no hay fronteras. Ironías de la vida: mientras aumenta el gasto militar, no disminuye la inseguridad, al contrario, en acelerado aumento, la violencia golpea duro en todos los sectores sin indicios de amainar. Si la región “perdió una década”, no sigamos repitiendo la historia al enzarzarnos, en época de paz, en conflictos creados para desviar la atención de los graves problemas que amenazan la estabilidad social interna y la convivencia fraterna entre todos los países del istmo centroamericano.