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12:56 AM

¿Cuándo perdimos el norte?

  • 17 agosto 2023 /

    El reciente ataque de un autobús lleno de seguidores del equipo Marathón es una nueva señal de que los hondureños parecemos haber perdido el norte. La intolerancia, el irrespeto a la divergencia, la incapacidad de entender que los demás tienen derecho a decidir por otras opciones legítimas, nos lleva de regreso a las cavernas y a vivir en una tierra poblada por trogloditas.

    Desde hace tiempo repetimos que hay una anemia de valores que cada vez debilita más el músculo ético que le da fuerza y hace posible la convivencia social. Si no podemos aceptar que alguien prefiera a un equipo de fútbol distinto al que a nosotros seguimos, tampoco podríamos aceptar que alguien milite en un partido distinto al nuestro. Y ver en el otro un enemigo, hasta desear quitarle la vida, y, como en este caso, llegar a hacerlo, está mal, muy, muy, mal.

    En el fondo, estamos ante unos síntomas de descomposición social alarmantes. Cuando hay personas y grupos que piensan que la violencia y la imposición son el camino para vencer al supuesto adversario, es dramático. Es como si en lugar de evolucionar diéramos marcha atrás en rápido retroceso y que las luces de la civilización comenzaran a extinguirse.

    Urge tomar medidas para que se ponga un alto a esta corrupción de las costumbres y a este deterioro de la convivencia entre hondureños. Los esfuerzos deben partir del Gobierno, de las familias, de las iglesias, de las organizaciones no gubernamentales de desarrollo, de las escuelas, de todas partes. Se trata de levantar un dique que sea capaz de contener esa invasión de barbarie que amenaza convertir el país en una selva. ¿Cuándo perdimos el norte?, ¿cuándo nuestra brújula social dejó de apuntar en la dirección correcta?, ¿qué país vamos a heredar a nuestros hijos y nietos? Todos los hondureños mentalmente sanos, que somos la mayoría, aspiramos a transitar hacia el progreso, hacia el desarrollo en sus múltiples facetas. Pero estos actos salvajes comprometen las esperanzas de los que sueñan con un futuro mejor, con una Honduras en la que se pueda vivir y envejecer con paz y con dignidad.

    Estamos todos, absolutamente todos, obligados a reaccionar, a no hacernos los ciegos y los sordos ante semejante situación. No podemos permitir que el miedo nos atenace y que corra de nuevo la sangre dentro o fuera de los estadios. Nadie está exento de esta responsabilidad o vamos a perder el país.