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Aguafiestas

  • 16 diciembre 2021 /

    Como inoportunos y aguafiestas se nos podrá calificar al referirnos a las deudas en los ámbitos nacional, familiar y personal. Son muchos los que gozan muy justamente de estos pocos días de bonanza, pues las exigencias sociales y la alegría colectiva empujan con fuerza a olvidar esas quincenas o fines de mes en que los salarios, con las deducciones de rigor, apenas llegan para sobrevivir y medio escapar a lo prometido en la dueña de la trucha o al propietario de la casa alquilada.

    La recepción de recursos es una “bendición”, o al menos así lo interpretan quienes hacen uso de los millones o de unos miles recibidos en condiciones onerosas, tal como resulta cuando llega el momento de ir amortiguando en una fórmula en la que el capital apenas muestra movimiento, pues los intereses consumen lo que se paga. La ilusión se esfumó y comienza el peso de los compromisos, no siempre responsablemente adquiridos, y muy frecuentemente consumidos sin los beneficios aireados.

    En enero asume un nuevo gobierno, sobre el que recae la responsabilidad de la administración de los recursos identificados y consignados en el Presupuesto General de la República. En él se fija una cifra muy superior para el pago de capital e intereses de los compromisos financieros internacionales en una escalada a la que no se le ve fin. Y todo consumido, destinado a una burocracia cada vez más inoperante y a contratos sobre los cuales vuela en el vacío aquello de su “renegociación”.

    Las cuentas públicas, en teoría, se elaboran en torno a los impuestos, tributos de los ciudadanos y empresas. Decimos en teoría porque no solo en las cuentas originales, sino en los arreglos posteriores a lo largo del año fiscal se van agregando préstamos, internos y externos, o presentación de bonos de Estado. Fórmulas adecuadas para salir del atolladero, crear efímera ilusión y fertilizar la impunidad con que cubren los de arriba.

    A nivel del Estado, estos compromisos sobrepasan los recursos asignados a salud y educación. ¡Qué desgracia! Hace dos décadas repicaban las campanas con la condonación del milenio, que debía ser, con los recursos perdonados, el banderillazo para emprender el camino del desarrollo y el mejoramiento de la calidad de vida de todos los hondureños: se elaboró el programa, pero la pobreza creció.

    Aunque nos envuelva la ilusión para recrear “aquellos diciembres que nunca volverán” y sigamos con atención las palabras de los personajes de la transición, dejemos, con responsabilidad, espacio para el “día después”, que será volver a la realidad como evidencia de verla venir y platicar con ella.